Es incomprensible, es inaudito que exista una amplia mayoría de peruanos que estén callados y mirando como se destruye el país, y lo saben, y lo aceptan, y no entienden que las esperanzas se hacen realidad si te rebelas contra el conformismo y la creencia que no puedes cambiar lo que te impide progresar, pero así estamos, sometidos al aburrimiento, entregados a la complacencia, dudando del destino y del presente.
Han entrado a golpes y gritos a tu hogar, han ocupado tus habitaciones con gentes que ambicionaban quitarte todo, con ganas de despojarte de tus logros y de tu paciencia, con hordas formadas en la ira, la cólera, el resentimiento y la violencia. Y lo sigues permitiendo, y lo sabías y lo permitiste como ahora permites que sigan avanzando sobre tu vida sin que hagas nada más que mirar, callar y a veces sonreir en duda.
Cuenta una historia en la sierra de Huancavelica, que una familia de catorce hijos, que vivían de la tierra bendita a sus pies, se fue esparciendo en otras partes del país por razones de trabajo, estudio, enamoramiento y anhelos de juventud. En casa quedaron dos ancianos comuneros arando un poco, cosechando otro poco, sonriendo algo y lagrimeando más. Con el tiempo, los catorce hicieron otros caminos, más familias hasta que un día se enteraron que la casa de sus padres fue invadida por unos que llegaron de otros lados. Ellos –los catorce, que eran veintiocho con sus parejas, más los hijos haciendo más de cincuenta, decían que los invasores “se han confundido, van a salir”.
Les quitaron a los viejos las habitaciones para que se vayan al lado, con los carneritos, diciéndoles que estarían más abrigados. Les quitaron la vereda que baja a un camino para salir a la carretera, porque si salen, les dijeron, se exponen al frío y ellos –los usurpadores- van a cuidarlos en lo que necesiten. Les quitaron el cable de la luz que alumbrada dos focos de baja intensidad, porque con una vela, insistieron, se sentirían más cerca de sus oraciones. Les quitaron todo, poco a poco, todo. Y un día, uno de los catorce vino de visita y nadie lo recibió porque ya no era su casa, ni la de sus padres. “¿Qué pasó con estas gentes que iban a proteger a los viejos?” –eso se preguntó-.
Fíjate que así es la izquierda, como una droga que parece ponerte alegre pero luego te condena y ya no puedes remediarlo porque te hace acostumbrar a la mentira, porque hace que te gusten las mentiras y las aceptas y al final, al final no te queda nada de verdad.
¿Aceptas que invadan tu casa y te quedas callado, no das la pelea? ¿Permites que impidan tu progreso y desarrollo con los cuentos de una mentira como la supuesta igualdad, pero hacia abajo, impidiendo que crezcan y ganen más los que trabajan y se esfuerzan más?
Un país no mejora destruyéndolo, no camina si se incentiva el odio, la violencia, las agresiones y el resentimiento. Un país no crece si le pones limites a la Libertad.
¡Despierta!