Siempre he creído que ya conocía todo el Perú, porque he viajado incansablemente a más de mil doscientos distritos, más de ciento cuarenta provincias y a cada una de las ciudades capitales de Región. Sin embargo, no estaba en lo cierto. Porque conocer el Perú es estar con sus gentes donde nadie quiere ir a vivir, a trabajar o a quedarse por lo menos una temporada.
Desde que viajo con frecuencia a distintos centros mineros, sobretodo de la sierra central de los Andes de mi patria, crece en mi un sentimiento que conmueve por la pasión de las personas que conozco, para hacer de sus vidas algo más que números de frías estadísticas.
Estoy a cuatro mil metros luego de horas de viaje por caminos terribles donde solamente puede circular un vehículo, porque si se acerca en sentido contrario otro, el que baja debe ceder espacio al que sube por la cuesta más pronunciada que uno pueda imaginar. Aquí no funcionan con regularidad los celulares ni la internet, no encuentras policías ni ladrones. ¿Es el paraíso?
Estamos a varios grados bajo cero, esperando que la noche no sea tan dura con nuestros cuerpos. Comienza el granizo y ya viene la nieve; el barro se acumula en las botas y bajo el casco minero debo poner mi gorra de lana que lleva escrita la frase “Huancavelica”.
Todos tenemos pantalonetas de lana bajo el jean desteñido que nos cubre y es como un abrigo inolvidable. Pensamos en nuestras Familias, en lo lejos que están, en la ausencia de calor de hogar que se sufre sacando las riquezas de la tierra.
Almorzamos en un comedor bastante cómodo, pero ni bien salimos a la planta concentradora y a uno de los socavones, todo es lo mismo. Paisajes áridos, nieve, viento helado y un niño corriendo con una sonrisa envidiable. Se llama César y no tiene idea de lo que es la ciudad, lo que es Lima o qué es ese gran país que se llama Perú.
Sus pies están cubiertos por algo parecido a un zapato, su ropa es ligera, su carita está dorada por el sol y sus ojos brillan como trasladándome su entusiasmo de sentirse libre y feliz. César juega con unas tapas de gaseosa como si fueran los camiones gigantescos que llevan el cobre, el zinc o plata. Les arrastra sobre el piso de tierra que ha limpiado con sus manos y pone piedritas en la tapita, como una tolva, y dice “rrrrrrr, rrrrrrr, algo así como un motor que ruge”
Aquí en el cielo de los soñadores en un país diferente, nunca vienen los políticos, solamente vivimos los trabajadores, César y algunas familias con unos niños alegres que transforman nuestras penas y nostalgias en esperanza. Son los amigos que nunca faltan, cuando los que más queremos no pueden acompañarnos en este inmenso espacio de las montañas.
Estamos pensando que aquí es el paraíso para no sentirnos helados en el infierno. Solamente nos faltan nuestras Familias, sólo les faltamos a ellas, pero vamos a verlas cada mes, con las ansias del abrazo, con tristeza en la despedida.
La minería peruana es la mayor fuente de ingresos para el Perú, cuesta mucho invertir en este gran recurso y transformarlo en mejores opciones de futuro. Tenemos muchas riquezas humanas que hacen de la minería, que se convierta en la esperanza de todo un gran país. No dejemos de ver ese horizonte, esa auténtica buenaventura.