Robert D. Kaplan es un periodista, reportero, especialista en geopolítica con calle y lectura. Lo sigo para enterarme de los avatares del entorno político internacional en su peculiar estilo, mezcla de realismo político, amplia experiencia en los campos de batalla y no menos conocedor de la historia y de los grandes escritores que han pensado nuestra cultura. Su libro Tierra baldía. Un mundo en crisis permanente (RBA, 2025, Kindle edition) aborda el escenario internacional de este cuarto de siglo XXI, movido, muy movido. El título hace referencia al poema de T. S. Eliot Tierra baldía (1922), en donde Eliot daba cuenta de la desolación espiritual de la cultura occidental. La ventaja del libro de Kaplan sobre el poema de Eliot, es que se entiende a la primera.
Empieza hablando de la República de Weimar (1919-1933) instaurada en Alemania después de la Primera Guerra Mundial. Una constitución política de ensueño para poner orden en la Alemania devastada de entonces. El problema fue que no hubo contacto entre ese orden teórico y la realidad titubeante de esos años. Un estornudo, una gota de más en el vaso de agua y lo peor podía pasar como de hecho ocurrió después del crack de 1929. El caos sobreviniente fue el caldo de cultivo para el ascenso de Hitler al poder. “Sí -afirma Kaplan-, Weimar había formado un vacío que al final llenó el totalitarismo nazi. Pero nuestro mundo ha de tener hoy un destino diferente. (…) Así que, en vez de correr el riesgo de que ascienda otro Hitler, estamos obligados a centrar nuestra atención en una emergencia de un tipo u otro, sin pausa, mientras las crisis se filtran y rebotan por todo el globo. Weimar es ahora una condición permanente para nosotros, ya que estamos lo suficientemente conectados por medio de la tecnología como para afectarnos mutua e íntimamente, sin tener la posibilidad de una verdadera gobernanza global (p. 18)”.
Una de las tesis de Kaplan es que la historia no se mueve por leyes ineludibles al estilo hegeliano o marxista, convirtiendo a los seres humanos en una suerte de marionetas. “En la historia hay más que enormes fuerzas impersonales como el comunismo, la tecnología, la geopolítica, etcétera. Hay también personalidades y agencia humana, con todas las contingencias que implica. Vladímir Putin ha sido el líder ruso más peligroso desde Stalin; Xi Jinping es tan implacable e ideológico como Mao Zedong; Donald Trump, cuya carrera política puede estar en tiempo pasado, es incluso más presumido y superficial que Von Papen. El caso es que en el mundo de hoy hay materia prima que puede provocar un auténtico cataclismo, o, por lo menos, mantener viva esta crisis permanente del orden mundial (p. 39)”. Digamos que, en política, así como no estamos condenados a seguir los vientos globalistas que soplan o las agendas internacionales de turno, también es verdad que los demonios de los gobernantes al uso, en las grandes o pequeñas potencias del globo terráqueo, pueden sumirnos en el caos.
Kaplan llama la atención sobre la tiranía de ciertas élites que ideologizan las artes liberales imponiendo una sola interpretación, al punto que “si no estás de acuerdo con ellos, no solo estás equivocado, sino que también eres defectuoso moralmente, y, como tal, no solo se te debería denunciar, sino también destruir (p. 193)”. La ideología de género, la teoría crítica de la justicia, la corriente woke, entre otras, pretenden monopolizar ese virtuosismo y moralismo tóxico.
Me hago cargo, asimismo de otro riesgo de nuestro tiempo, me refiero al creciente burocratismo asfixiante e irritante instalado en el sector público y privado. Burocracia homogeneizadora, miope para ver las diferencias y sólo experta en uniformar. Nacida, con la buena intención de generar orden en medio de la dispersión, pero ahora desbocada, erigida como Leviatán dispuesto a devorar a quien no se alinee a sus requerimientos. Sucede, en buena medida, con tantos organismos internacionales que quieren imponer sus directrices taxativamente a países de cultura y sensibilidad distinta.
Kaplan, abanderado de la libertad personal, dándole cara a este burocratismo, afirma que “la mecanización, la automatización y el procedimiento burocrático convertido en rutinario, que los expertos (y la propia ciencia) nos impondrán, están destinados a enfurecer absolutamente a muchos de nosotros, lo que lleva a la propia pérdida de represión del instinto que, para empezar, se supone que la civilización impone. Dicho de otro modo: cuanto más reprimidos estemos todos en nuestro comportamiento y en nuestras creencias, más buscarán los extremistas políticos, incluidos los grupos violentos y fanáticos, cambiar el orden imperante. (p. 197)”. Los populismos, de uno u otro signo, no nacen en el aire, suele haber un algo que los alimenta, la burocracia exasperante es uno de sus insumos.
Termina Kaplan señalando que “la dirección de la historia es imposible de conocer. No existe eso del progreso lineal automático. De modo que no tenemos más opción que seguir luchando, ya que el resultado no se nos da a ninguno por adelantado. Weimar se podía jactar de tener muchos liberales y un auténtico florecimiento intelectual. Había mucha esperanza en Weimar, pero insuficiente orden. Evitar el destino de Weimar es ahora la gran tarea del mundo (p. 206)”. Y me parece que este es el mensaje central del libro en la misma línea sugerida por Roger Scruton -a quien cita en el inicio de su libro-: apuntemos a la esperanza sin separarla de la fe y atemperándola con las lecciones de la historia.

