Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, fue un sacerdote español, fundador en 1928 del Opus Dei y santo de la Iglesia católica. Su fiesta se celebra el 26 de junio y en razon de la importancia y trascendencia de su mensaje y ejemplo, iniciamos una serie de artículos sobre las palabras que con él, trascienden.
San Josemaría reflejó durante toda su vida una actitud de plena fidelidad y servicio a la Iglesia, “la misma que fundó Cristo y no puede ser otra” (Amar a la Iglesia, 2ª ed., pág. 14). Buena parte de sus enseñanzas sobre la Esposa de Cristo están en ese libro, que reúne tres homilías suyas: Lealtad a la Iglesia, El fin sobrenatural de la Iglesia, y Sacerdote para la eternidad.
Este párrafo del citado libro es muy significativo: “La Iglesia es un misterio grande, profundo. No puede ser nunca abarcado en esta tierra. Si la razón intentara explicarlo por sí sola, vería únicamente la reunión de gentes que cumplen ciertos preceptos, que piensan de forma parecida. Pero eso no sería la Santa Iglesia. En la Santa Iglesia los católicos encontramos nuestra fe, nuestras normas de conducta, nuestra oración, el sentido de la fraternidad, la comunión con todos los hermanos que ya desaparecieron y que se purifican en el Purgatorio –Iglesia purgante–, o con los que gozan ya –Iglesia triunfante– de la visión beatífica, amando eternamente al Dios tres veces Santo. Es la Iglesia que permanece aquí y, al mismo tiempo, transciende la historia” (Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, 2ª ed., pág. 14).
Promovió entre los laicos la conciencia de que son Iglesia
La entrega de san Josemaría a la Iglesia fue total. Invitaba a los cristianos, sacerdotes y laicos, a responder a esa llamada del Espíritu Santo a través de la caridad.
La vocación a la santidad en medio del mundo propició entre los laicos una gran transformación para sentirse parte de la Iglesia. Desde la cotidianeidad de su vida, cada sacerdote o laico está llamado a ser santo, como lo expresan sus palabras: “La llamada de Dios, el carácter bautismal y la gracia, hacen que cada cristiano pueda y deba encarnar plenamente la fe. […] Esto trae consigo una visión más honda de la Iglesia, como comunidad formada por todos los fieles, de modo que todos somos solidarios de una misma misión, que cada uno debe realizar según sus personales circunstancias. Los laicos, gracias a los impulsos del Espíritu Santo, son cada vez más conscientes de ser Iglesia, de tener una misión específica, sublime y necesaria, puesto que ha sido querida por Dios” (Conversaciones con mons. Escrivá de Balaguer. Madrid 2001, vigésima ed., nn. 58-59).
Tres instantáneas que nos hablan de su unión con la Iglesia
San Josemaría fue siempre ejemplo de unión filial con la Iglesia, y hay multitud de anécdotas que lo reflejan. Aquí hemos seleccionado tres muy elocuentes.
1. Su primera noche en Roma la pasó en vela rezando por la Iglesia y el Santo Padre.
El 23 de junio de 1946 san Josemaría llegó por primera vez a Roma con algunos miembros del Opus Dei. “Llegaron a vista de Roma. Cuando el Padre divisó, recortada en el horizonte, a la luz del crepúsculo, la cúpula de San Pedro, se conmovió visiblemente y recitó el Credo en voz alta” (cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 247; José Orlandis Rovira, ob. cit., pp. 133-135 y 137).
Por fin estaba en la Ciudad Eterna, y desde el ático del pequeño piso se divisaba el Palacio Apostólico y los apartamentos del Papa. De repente afluyeron muchos recuerdos, los sentimientos de agradecimiento le desbordaron y se conmovió. Y comenzó a rezar. Pasó toda esa noche en vela orando por la Iglesia y el Santo Padre, il dolce Cristo in terra (el dulce Cristo en la tierra), como le gustaba llamarle usando una expresión de Santa Catalina de Siena.
2. Rezó con intensidad por el Concilio Vaticano II
El fundador del Opus Dei siguió con plena atención e interés el desarrollo del Concilio Vaticano II. Rezaba por los padres conciliares, ofrecía por sus tareas trabajo y mortificaciones.
Durante los años del Concilio (1962-1965), san Josemaría hizo o recibió 235 visitas de cardenales y otros padres conciliares, con los que conversaba y oraba sobre el presente y futuro de la Iglesia.
3. “Todos, con Pedro, a Jesús por María”
Desde pequeño tenía una gran devoción a la Virgen, gracias sobre todo a sus padres, que le enseñaron a rezar a santa María. En septiembre de 1932 anotaba en sus Apuntes: “Ayer […] descubrí un Mediterráneo -otro-, a saber: que, si soy hijo de mi Padre Dios, lo soy también de mi Madre María. […] Me explicaré: por María fui a Jesús, y siempre la he tenido por mi Madre, aunque yo haya sido un mal hijo. (Desde ahora seré bueno). Pero ese concepto de mi filiación materna lo vi con una luz más clara, y con un sabor distinto lo sentí ayer. Por eso, durante la Sda. Comunión de mi Misa, le dije a la Señora mi Madre: ponme un traje nuevo. Era muy justa mi petición, porque celebraba una fiesta suya” (San Josemaría, Apuntes íntimos, n. 820, 5-IX-1932, en Santo Rosario. Edición crítico-histórica, introducción al 2º misterio glorioso, pág. 234).
El papel de la Virgen como intercesora, como vía para ir y volver a Cristo, fue una manera agradecida de ver en Ella a la Madre de todos los cristianos, de toda la Iglesia.
En 1958, ante la inminente elección de un nuevo Santo Padre, san Josemaría impulsaba a amarlo ya con todas las fuerzas, y repetía la jaculatoria: Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam! (todos, con Pedro, a Jesús por María). “Rezad, ofreced al Señor hasta vuestros momentos de diversión. Hasta eso ofrecemos a Nuestro Señor por el Papa que viene, como hemos ofrecido la Misa todos estos días, como hemos ofrecido… hasta la respiración” (Palabras de san Josemaría en 1958. Citadas en: Carta de mons. Javier Echevarría, marzo 2013).
Siempre afirmó san Josemaría que “el amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo” (Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, 2ª ed., pág. 32).
Boletín de la Oficina para las Causas de los Santos Prelatura del Opus Dei. España Junio 2022