A finales de los años 60 estuve en Roma con San Josemaría y Don Álvaro del Portillo. No fueran poco las ocasiones en las que les oí hablar de las guerras que habían ocurrido unos años antes en España y en todo el mundo, donde murieron millones de personas.
Quienes nos contaban de las guerras, porque habían estado en ellas, intentaban abrirnos los ojos para que nos diéramos cuenta de las atrocidades que se cometen en los conflictos bélicos y que no existe justificación alguna para que los seres humanos se maten entre ellos.
La Iglesia siempre ha rezado por la paz y San Josemaría nos decía que nosotros debíamos ser “sembradores de paz y de alegría” en todo el mundo. Sus palabras tienen vigencia, quizá ahora más que nunca.
Situaciones de guerra
Durante la guerra civil española San Josemaría tuvo que esconderse para que no lo mataran. Fue una guerra contra la religión. El Beato Álvaro del Portillo (primer Obispo Prelado del Opus Dei) nos contaba que se incendiaron muchas iglesias y que los milicianos disparaban contra las imágenes y perseguían a los católicos para matarlos solo por el hecho de ser católicos.
Un día, durante la guerra civil española, Don Álvaro estaba conversando con un amigo suyo en un lugar donde había una imagen de un santo. Al instante entran los milicianos armados para maltratarlos. En medio de un diálogo, cargado de insultos y de improperios, un miliciano que estaba fumando coloca su cigarrillo encendido en la boca del santo de la imagen y se burla. El amigo de Don Álvaro, indignado, retira el cigarrillo de la imagen y lo tira al suelo. El miliciano furioso saca su arma y lo mata, delante de Don Álvaro. Es el odio de la guerra contra la religión. Algo diabólico.
Matar para defender y matar por odio
Si cualquiera de nosotros está con un amigo y de pronto entra un agresor para matar a nuestro amigo y nosotros, segundos antes que cometa su crimen, le disparamos y lo matamos; si no teníamos otra alternativa, no hemos cometido ninguna falta, no lo matamos por odio, hemos defendido a nuestro amigo de ser asesinado en ese instante. Tenemos derecho a defendernos de los agresores.
Es distinto cuando hay odio en los corazones de las personas por distintas razones: heridas del pasado, resentimientos, sentimientos de venganza, fanatismos, afán de conquista con acciones de violencia despiadadas.
El origen de los odios
Cuando las personas se alejan de Dios es fácil que se distorsione el amor al prójimo; del amor propio surgen las discusiones y las contiendas que pueden llevar a saldos trágicos, desde pequeñas escaramuzas a una gran guerra.
El hombre que ha perdido el sentido del perdón se convierte en una bestia, que no le importa la vida humana y arremete como sea con afán de destruir. El ser humano puede ser peor que un animal en su agresividad. Los animales no matan tanto como los hombres.
Nos contaban en Roma, que después de terminar la guerra civil española, San Josemaría tomó un taxi y resulta que el taxista era un comunista que odiaba a los católicos y más aún, a los sacerdotes. En el trayecto San Josemaría, sin saber que el taxista era un enemigo de la guerra, le empezó a preguntar sobre su familia, su esposa y sus hijos. El taxista al girar y ver que era sacerdote, le dijo furioso: “ojalá le hubieran matado en la guerra”. San Josemaría antes de bajar le pagó más del doble y el taxista lo miró extrañado y antes que dijera nada San Josemaría, entregándole el dinero, le dijo: “el resto es para que le compre chocolates a sus hijos” y se bajó.
Ahogar el mal en abundancia de bien
Isidoro Zorzano Ledesma, numerario del Opus Dei, él era argentino y muy amigo de San Josemaría. Durante la Guerra, Isidoro, por ser extranjero, tenía más libertad de movimiento que los demás y podía transmitirle a todos lo que San Josemaría predicaba. Lo asombroso era su memoria de “elefante”; sin ningún papel podía transmitir lo que el Padre había dicho en sus prédicas. Ahora Isidoro está en proceso de canonización.
Don José María Hernández Garnica, uno de los primeros sacerdotes numerarios, nos contaba que iba en un camión con todos los que iban a ser fusilados. Era de noche y de pronto el camión para y en medió de un silencio atroz, oye su apellido ¡Garnica! pronunciado por una voz de mando, se abre la puerta de la tolva y un soldado le hace un gesto para que baje. En medio de la oscuridad Don José María desciende del camión y este sigue su recorrido. Don José María se queda solo en medio de la oscuridad, no había nadie y todos los del camión fueron fusilados. Nunca supo porque, ni quien dio la orden para que bajara.
Protegidos y guiados por la Providencia
San Josemaría y aquellos primeros numerarios rezaban todos los días, procuraban ayudar a los demás, estaban alegres y tenían mucha esperanza, en medio de las limitaciones y peligros de la guerra. En cualquier momento podían morir, pero confiaban en Dios y estaban dispuestos para aceptar lo que el Señor había dispuesto para ellos.
Otro numerario, que era médico y mayor que los demás, era el que hacía gestiones y solucionaba los impases que aparecían a cada rato. No podían equivocarse en las decisiones que tomaban. Estaban escapándose de la zona roja para pasar a otro frente.
Era Don Juan Jiménez Vargas, con notable interés nos enseñaba unas dispositivas que explicaban todo lo que tuvieron que pasar para huir con vida y proteger a San Josemaría de los peligros de la guerra. Fue milagroso el cruce de los Pirineos para pasar a la zona libre.
Todos sabían lo que Dios le había pedido al Fundador del Opus Dei para que la Obra pudiera extenderse por todo el mundo y sentían la responsabilidad de protegerlo.
En muchas ocasiones le hemos oído contar de la guerra a Don Vicente Rodríguez Casado, un gran historiador, numerario del Opus Dei, que vivió en “carne propia” esos momentos duros de la guerra y fue testigo privilegiado de la santidad de vida de San Josemaría y de los que lo acompañaban.
Don Vicente Rodríguez hizo muchos viajes al Perú para dar clases en la Universidad de Piura y exponer, en otras instituciones, que lo invitaban a dar conferencias de su especialidad.
Hoy, en los lugares más difíciles, donde hay guerras, persecuciones, ideologías de violencia, delincuencia y terrorismo, es muy probable que existan santos ocultos que estén ejerciendo una misión divina impresionante.
Dios sabe más, a nosotros nos toca rezar con fe y esperanza, unidos al Santo Padre y a muchos cristianos que están rezando, para que el Señor nos alcance a todos, la ansiada paz que hace falta en el mundo.
Para la reflexión: