Poco después de comenzar su labor sacerdotal, san Josemaría quiso dar un nombre a la misión que había recibido de Dios, para que sus hijos e hijas espirituales la continuaran en la historia: Opus Dei, obra de Dios, operatio Dei. Subrayando la iniciativa divina, comenzó a hablar de ella como de una nueva fundación, señalando el 2 de octubre de 1928 como «el día en el que el Señor fundó su Obra» (Apuntes íntimos, n. 306, 2-X-1931).
Por amplia y general que sea una misión inspirada por el Espíritu Santo en la historia de los hombres –y la misión del Opus Dei lo es ciertamente, hasta el punto de que san Josemaría la describió como un mar sin orillas–, cada nueva fundación siempre tendrá una nota distintiva que justifique su para qué.
Buscar esa nota distintiva, la especificidad de una misión o de una nueva fundación, no quiere decir separarla de otras iniciativas inspiradas por el Espíritu Santo, sino conocerla mejor. Por tanto, la especificidad del Opus Dei no puede definirse, por contraste, separándola de lo que otros hacen o no hacen, exaltando diferencias o dividiendo los campos de acción. La especificidad de los que trabajan en la viña del Señor ha de ponerse de relieve no perdiendo nunca de vista la única misión de toda la Iglesia, en una actitud de unidad que busca la comunión.
En toda nueva fundación existe una delicada relación entre especificidad y tradición, entre lo que es o parece nuevo y lo que, en el mensaje cristiano, debe necesariamente seguir siendo lo mismo. Hay tareas que la Iglesia reconoce en su vida y en su tradición como esenciales para la misión que ella ha recibido de Cristo. Por ejemplo: exhortar al pueblo de Dios a la santidad y a la configuración con Jesucristo, enseñar a todos a tener una relación personal y filial con Dios, situar la Eucaristía en el centro de la vida de los fieles, promover la disponibilidad de los sacerdotes para perdonar los pecados, administrar los sacramentos de modo que sean recibidos con fruto, recordar a todos los bautizados que son apóstoles en un mundo por re-evangelizar, difundir las enseñanzas de los pastores, de los concilios y del Romano Pontífice en particular…
¿Cómo entender la fe que san Josemaría experimentó hace un siglo al dar inicio al Opus Dei, y cómo comprendió él la novedad que el Opus Dei implicaba?
Con este fin queremos releer y profundizar, en estos años previos al Centenario de la fundación del Opus Dei (1928-2028), algunos elementos de especificidad que caracterizan su misión, y examinar una vez más los carismas que Dios ha concedido y concede continuamente a sus miembros para que esta misión se cumpla.
“Ordenar el mundo a Dios mediante el trabajo”
Muchos textos de san Josemaría hablan de los fines de la nueva fundación. Son fines aparentemente generales, porque contribuyen, como debe ser, al bien general de la Iglesia, a la santificación de las almas, a la transformación cristiana del mundo. Y, sin embargo, son fines que apuntan hacia una misión específica, peculiar, que ilumina toda la existencia de quienes reciben esta llamada divina. Una misión que podríamos expresar, por ejemplo, con estas palabras: «Ordenar el mundo a Dios mediante el trabajo»; o bien: «Transformar las realidades terrenas poniendo en su cumbre la cruz de Jesús para que, purificadas del pecado, todas las actividades humanas sean santificadas desde dentro y tomen la forma de Cristo». En esta misión, precisa san Josemaría, los miembros de la Obra «se santificarán a sí mismos, santificarán a los demás y santificarán al mundo mismo». Sacerdotes y laicos contribuyen a esta misión, pero con una articulación precisa: los primeros deben servir sobre todo a los segundos, porque esta misión toca de manera directa e inmediata a los fieles laicos (cfr. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, nn. 31, 36).
«Este es el secreto de la santidad que vengo predicando desde hace tantos años: Dios nos ha llamado a todos para que le imitemos; y a vosotros y a mí para que, viviendo en medio del mundo –¡siendo personas de la calle!–, sepamos colocar a Cristo Señor Nuestro en la cumbre de todas las actividades humanas honestas. Ahora comprenderéis todavía mejor que si alguno de vosotros no amara el trabajo, ¡el que le corresponde!, si no se sintiera auténticamente comprometido en una de las nobles ocupaciones terrenas para santificarla, si careciera de una vocación profesional, no llegaría jamás a calar en la entraña sobrenatural de la doctrina que expone este sacerdote, precisamente porque le faltaría una condición indispensable: la de ser un trabajador» (Amigos de Dios, n. 58).
La invocación que las Preces del Opus Dei reservan a la oración de intercesión Ad sanctum Josephmariam, conditorem nostrum, debiendo resumir en pocas líneas la esencia de su mensaje, otorga un papel central a la santificación del trabajo, precisando su dimensión apostólica y misionera: Intercede pro filiis tuis, ut fideles spirítui Operis Dei, laborem sanctificemus et animas Christo lucrifacere quaeramus.
En torno al eje del trabajo en Cristo parecen girar realmente todos los demás aspectos de la perspectiva cristiana que san Josemaría vio iluminados en la nueva fundación que Dios le pidió: la posibilidad de encontrar a Dios y de buscar la santidad en la vida ordinaria; la extensión universal de la llamada a la santidad; la imitación de la vida oculta de Jesús y de la sagrada familia de Nazaret; la devoción muy especial a la figura de san José –el artesano, el trabajador–,hasta el punto de establecer que los miembros de la Obra renovaran en su fiesta su dedicación al Opus Dei; la filiación divina como participación en la misión del Hijo de reconciliar todas las cosas con el Padre por medio del Espíritu; el apostolado de amistad y confianza que los miembros de esta institución están llamados a ejercer con colegas de trabajo y en sus relaciones sociales; la perdurabilidad del Opus Dei, mientras haya hombres que trabajen sobre la tierra… Todos estos aspectos son reverberaciones de una luz fundacional cuyo punto focal es una nueva comprensión de la dimensión divina del trabajo humano.
¿Es la especificidad de su misión, tal como se ha esbozado más arriba, el carisma del Opus Dei? ¿Cuál es la relación entre vocación, misión y carisma? En la Sagrada Escritura y en la historia de la Iglesia, el término carisma tiene un significado muy amplio. Sin embargo, principalmente se refiere al «don concedido por Dios en orden a una misión». En este sentido, el dinamismo vocación-misión precede a la noción de carisma. La Palabra de Dios llama para confiar una misión; luego, Dios otorga los carismas y dones necesarios para llevarla a cabo. A veces, en el lenguaje común, utilizamos la palabra carisma para referirnos también a la gratuidad de una misión o de una determinada espiritualidad, para indicar que se trata de un don del Espíritu, de una iniciativa divina: es Dios quien suscita, llama, otorga su gracia, asiste, guía, buscando paternalmente la correspondencia de la persona humana.
«Cuando Dios Nuestro Señor proyecta alguna obra a favor de los hombres, piensa primeramente en las personas que ha de utilizar como instrumentos… y les comunica las gracias convenientes. Esa convicción sobrenatural de la divinidad de la empresa acabará por daros un entusiasmo y amor tan intenso por la Obra, que os sentiréis dichosísimos sacrificándoos para que se realice» (Instrucción, 19-III-1934, nn. 48-49).
Dios concede a los hombres la gracia y los carismas del Espíritu para cumplir la misión a la que todos hemos sido llamados: ser santos e identificarnos con Cristo. A quienes llama a una misión particular, a una finalidad pastoral concreta en la Iglesia, Dios concede dones y carismas apropiados para llevarla a cabo. Para reconocer el carisma específico de una nueva fundación, y por tanto también del Opus Dei, es necesario reflexionar sobre su misión, tal como la fue delineando su fundador.
No hay que olvidar, asimismo, que la misión del Opus Dei precede a su institución. En principio, esta misión es compatible con distintas formas institucionales canónicas, presentes o futuras, siempre que permitan poner en práctica lo que Dios pidió a su fundador: buscar la santidad y la plenitud de la filiación divina en medio del mundo, mediante el ejercicio del trabajo ordinario, ordenando a Dios todas las actividades humanas, transformándolas para darles laforma Christi.
Por último, comprender y profundizar en la misión del Opus Dei es una tarea en cierto modo inagotable, simplemente por tratarse de un hecho auténticamente teológico que tiene a Dios como autor. Es una misión abierta sobre la historia y alentada por el Espíritu Santo creador, y por lo tanto capaz de informar épocas y situaciones diversas: se trata de un carisma que, a lo largo de la historia, será encarnado por multitud de personas en situaciones muy variadas. La dimensión pneumatológica de una misión hace que el modo de ser y de vivir de quienes la encarnan pueda definirse como un espíritumás que como letra. Por eso el Opus Dei tiene un espíritu, el espíritu de la Obra.
Profundizar en el sentido de esta misión y de este espíritu, así como san Josemaría lo vio en su meditación personal y lo transmitió en su predicación, será el objeto del próximo artículo.
Nota de Redacción: el presente resumen viene de ser publicado secuencialmente en Camino al centenario (1): Vocación, misión y carisma – Opus Dei una serie que está coordinada por el prof. Giuseppe Tanzella-Nitti. Cuenta con otros colaboradores, algunos de los cuales son profesores y profesoras de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma).