Mi abuelo Alejandro repetía a diario este discurso muy sentido: “¿Quieres revolución? ¿Qué es revolución? Ver morir a la abuela porque no hay médico ni medicina para los mismos pobres, de mismo apellido, de toda la vida de campo y zafra, que no son los jefes del Comité de Defensa de la Revolución, o los comandantes de la milicia que resguarda el poder? ¿Es revolución compañerito, mi nieto pionero, de pañoleta roja al cuello, un grito, una esperanza, tu lealtad? No mijo, revolución fue, no es nada. Lo que yo te puedo decir es que te vayas, que busques ser el mejor en la escuela, que te afilies a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y que logres viajar a cualquier parte del mundo y te me vayas a Miami donde la Carmen y la Irene, que te darán Libertad al pisar esa tierra. Y mientras tanto, levanta el puño ¡Qué importa! Y mientras tanto, cuídate, cállate, delata, muerde tu lengua con tus ideas y dispara a tu compañero si es necesario, no es traición, se llama pasaporte, porque si no, él lo hará primero. No existe mijo, no es verdad, no hay más miseria en la vida, que esa palabra tan ofensiva: revolución”
El abuelo murió una noche de lo que se llama Navidad, que yo jamás escribí, conocí ni pronuncié esa palabra. Pero cuando un compañero la dijo, de inmediato lo denuncié en la UJC y me gané mi primer distintivo en defensa de la revolución y así, fui haciendo mi carrera en la universidad, en el combinado, en las acciones voluntarias, en los desfiles y en las retaguardias. Tenía para llevar más alimentos, privilegios para mi madre y mis hermanas, nos pudimos mudar a una casa donde estaban unos gusanos (traidores) y los delaté. Mi premio fue esa casa, ya la había soñado. Ahora mi objetivo era La Habana, saltar hacia allá.
Nadie podía dejar de reconocer mi militancia y cómo repetía discursos de Fidel, tal y como él los hablaba. Así un día, me enviaron a la Escuela Vocacional Federico Engels y en un debate que veía, se paró un profesor, un camarada de mi provincia y dijo, “A ver compañero de Camagüey, está bien la interpretación que da el compañero sobre la solidaridad y el internacionalismo del proletariado?”… y respondí durante dos horas sin que nadie me interrumpiera y nadie se aburriera. Y cuando terminé, un silencio absoluto en el aula, y delante de los 123 estudiantes apareció junto a un grupo de antiguos combatientes cubanos el Comandante Fidel, el jefe de todos, nuestro líder de entonces, nadie más que él. ¿Qué hizo Fidel? Habló por una hora y dijo “el compañero, el camarada, el líder revolucionario que me ha antecedido en el uso de la palabra ha repetido maravillosamente, ha citado extraordinariamente cada palabra que cada uno de ustedes mañana mismo debe saber y repetir y repetir y repetir, si es que quiere sobrevivir”
Al día siguiente en el bus a Camagüey, llegando a la casa, mi Madre y mis hermanas estaban en un transporte con todas las cosas dentro. Me asusté al ver la escena, pero el Comandante Pablo Echevarría Ochoa estaba allí sonriente, me llevó a un lado y me dijo muy al oído: “Sé que me denunciarías, pero te diré algo que nunca olvidarás. Tu abuelo salvó la vida de mi madre y de mi hija, las hizo viajar en una lancha oculta a Miami hace veinte años. Ellas están allí con otros nombres, otros apellidos, otras vidas, pero con vida y yo acá, triste cada día, pero con una esperanza de verlas antes de morir. Tú has recibido una Medalla al Talento y Lealtad, del mismo Fidel Castro y te vas con la familia a La Habana. Aprovecha, aumenta tu hipocresía, miente, júrales lealtad, entrégate hasta el cansancio y cuando tengas algo de poder, saca a tu madre y hermanas, pero no les adviertas nada hasta que estén en otro país, en libertad, sino, ellas te denunciarían”
Y lo hice así por 12 años hasta que me nombraron agregado segundo del G2 en la Embajada de Cuba en el Perú y los convencí de venir con mi madre (ya que soy soltero) y mis dos hermanas solteras también, que aprendieron a delatar, a traicionar, a ser revolucionarias y comunistas como yo.
Aquí conocí a una familia que andaba por el Olivar de San Isidro y coincidió en mis caminatas, unos anticomunistas barbaros, inteligentes, honestos. Me enamoré de la hija del patriarca y a escondidas nos casamos por la iglesia católica y planeamos la fuga a Miami, porque en Lima había un equipo del G2 (espionaje cubano) que yo lo comandaba en ese momento.
Así que ordenando una acción de apoyo en Puno y Apurímac envié a casi todo el equipo cubano, incluso unos médicos que estaban en las tropas de alquilados para el gobierno del Perú en Chimbote los hice viajar.
Para esa misma fecha, yo había ordenado que se envíe a Cuba a un “posible desertor”, así que el seguimiento “de unos a otros” no me alcanzaba, pero igual me cuidé y les dije a mi madre y hermanas que había un gran operativo en el norte y por seguridad, debíamos estar juntos, ya que en Lima habría represalias, por eso viajamos hacia Tumbes en auto sin detenernos, con pasaportes peruanos, y cruzamos.
Durante 18 horas nadie me llamó al teléfono satelital (lo dejé en una encomienda que envié a Arequipa) y tuve cuidado de no alterar el ubicador y no romper la cadena de reportes “de unos a otros”, así que ya en Ecuador, les dije la verdad y si querían ir a USA conmigo. Lloramos tanto, era una coincidencia de amor y lucha que cada uno llevaba dentro, que las palabras sobraron. Eliminamos todo, la ropa, celulares, maletas, auto, todo. Y compramos lo básico, fuimos a Guayaquil y volamos a Miami gracias al gobierno de los Estados Unidos.
Y en Miami, mi esposa me esperaba con la Carmen y la Irene, con mi madre y mis hermanas; nos sinceramos en abrazos interminables, en historias que ya nadie vuelve a decirlas.
¿Por qué toda esta historia? Por mi abuelo, por sus palabras, por que conocimos la Libertad en el Perú, pero vimos que se iba a perder.