En un día cualquiera de los años 70’s del siglo pasado, si subían unos centavos el precio de los pasajes, o de los combustibles, o del pan, todos salíamos a las calles y protestábamos con mucha fuerza y energía para revertir ese castigo a los más pobres y al conjunto de la sociedad.
Nadie esperaba que el precio se incrementara hasta un sol, porque esa situación ya era el anuncio de una indignación imparable. Por eso, por unos centavos cuyo costo de lograrlos era y es ahora también enorme, los peruanos mostrábamos nuestra cólera, nuestra incomprensión y nuestro rechazo frente al abuso, que además era evidente.
Así era antes, cuando había dignidad en cada ciudadano, cuando habían partidos políticos que tenían dirigentes y no delincuentes, cuando los políticos –a su vez-, eran gentes de servicio y no estaban buscando que los sirvan a cambio de unas monedas sucias. Hoy en día, que los tiempos dicen que han modernizado las mentes y las costumbres, las cosas suben más que las desilusiones, la gasolina ha aumentando en el curso del año 2022 en treinta y cinco ocasiones, alcanzando un incremento del 70%.
No subió unos centavos una sola vez. Aumentó muchísimos soles, muchísimas veces. ¿Y la protesta? ¿Y la expresión popular de indignación? No lo sé, y me pregunto: ¿Nadie me puede responder en un país donde parece ser que se acepta el castigo, el abuso y la imposición totalitaria de un pésimo manejo de la economía, de un pésimo gobierno de izquierda?
El presidente nunca explica nada, jamás informa algo, vive en un silencio intolerable, casi cobarde. Sin embargo, cada vez que se va de paseo en avión, helicóptero o con su caravana de lujosos autos blindados y la escolta de decenas de agentes de seguridad que más parecen ser militantes de una horda fascista que arremete contra jóvenes periodistas y el pueblo, sus medios de comunicación reproducen mensajes de resentimiento y palabras llenas de odio, agresividad y violencia que luego, cuando se va de viaje a otras naciones, reconvierte en lo contrario, es decir, el comportamiento marxista leninista de golpear hacia adentro y suavizar hacia afuera. Dos rostros para un mismo crimen, en nada opuestas las miradas.
El señor Castillo no es un imbécil, pero trata de parecerlo, se esfuerza en que lo compadezcan los medios y gobiernos también imbéciles de fuera, a un andino que no habla quechua, a un rondero que no respeta la ley, a un campesino que sólo siembra daños y cosecha miserias, a un maestro rural que no enseñó la verdad sino la hipocresía, a un sindicalista que vivió de los demás, sin trabajar pero cobrando, en un país históricamente formado por “oprimidos”. Y los medios de acá, los políticos de aquí y los ciudadanos de toda condición se callan como expresión de aburrimiento, tolerancia o esa frase tan peruana y siempre tonta: “no va a pasar nada, no te preocupes”.
¿No comprenden que estamos pasando de esa imagen forzada de vida de oprimidos, a una evidente de sometidos, a una de aceptantes del dolor, de garantes del golpe diario, de autómatas en silencio programado? ¿No comprenden o no quieren comprenderlo?
Imagen referencial, “rostros”, en ecco esfera