Nos acercamos al segundo mes de funciones del gobierno y la polarización semanal sobre temas intrascendentes para lo que en verdad necesita el país, se hace más frecuente, llevando a los ciudadanos a alejarse o indignarse frente a todo lo que ocurre, pero sin legar a un necesario estallido que ponga en su lugar lo que debe de estar en su sitio.
Conflicto, caos y revolución son etapas evidentes que están armadas para ir en paralelo, agudizando las contradicciones. ¿No lo ven acaso los políticos que están en lo que resta de los pocos partidos vigentes o los congresistas que hacen de lo “políticamente correcto” su forma de vida?
Seamos directos. ¿La discusión sobre si se crea un organismo que sea lo que hace la Contraloría, las peleas sobre si el presidente despacha en palacio o en un burdel convertido en sala de espera para negocios de pago de favores…son más importantes que reflotar la economía? ¿Más importantes que combatir el crimen –desde el más pequeño, hasta las mafias- o reconstruir la pesadilla del sistema de salud o el quebrado sistema nacional de pensiones que cada año recibe más subvenciones que todos los programas sociales?
Seamos sinceros. Es escandaloso que ocurran actos irregulares, es inaceptable que existan comportamientos que desmerecen la representación que con el voto obtienen los que gobiernan o los que legislan, pero también, es escandaloso e inaceptable que esa sea la noticia de cada día y que encima, nos bombardeen con escenas de peleas, insultos, acusaciones ante las cámaras de televisión, mientras aquí, en Caylloma –por ejemplo-, a más de cinco mil metros de altura, miles de peruanos están sufriendo de hambre y un feroz clima y para algunas autoridades… ¿La respuesta no existe? No pues, así no se trata a los niños, a las familias, a los campesinos, a los trabajadores.
Seamos honestos. El voto no autoriza el ejercicio de la traición hacia los electores. Cada voto es un símbolo de esperanza que debería recibir como respuesta permanente el ejemplo del ejercicio del poder. Sin embargo, nuestros empleados, esos ministros y esos congresistas, se convierten en dictadores de la Ley que inventan, esas absurdas regulaciones que nos hacen la vida complicada y encima, les pagamos por dañarnos.
Seamos intolerantes. Sí, intolerantes ante la mediocridad y la bajeza política, intolerantes con la mentira y el abuso, intolerantes frente a tanta “autoridad” que cree estar por encima de nosotros.
Las máscaras de la política hay que arrancarlas de esos incompetentes que siguen haciendo daño al Perú, hiriendo el corazón, nuestras tradiciones y valores.
Fotografía referencial, captura de pantalla de noticiero de TV