Si llegas a ser parte del Congreso y no estás todos los días, incansablemente diciendo lo que es, cómo funciona en sus entripados, a qué se dedican los malhechores que han llegado y de paso, superas por lo menos dos infartos, es que eres de la misma mierda, así te pongas seriecito en un programa de televisión. Estás allí porque quisiste y porque te gusta esa podredumbre, no avisaste a tus electores, no dijiste “les advierto que si soy elegido, daré la pelea allí adentro, para hacer del Congreso la institución que el país reclama…”; no hablaste “antes” ni ahora, porque te convertiste en la misma miseria humana que te rodea: “los coleguitas”.
Vacaciones pagadas una semana al mes para pasear con la amante o el amanto, con todos los gastos incluídos, celular, laptop, selfies, fotógrafo personal que a la vez se dedica a recoger la ropa del hotel, ayudante, asistente y asistonto, asesor principal y asesora principalísima, hotel de lujo “porque soy un congresista”, porque “soy una congresiste”, noches de rumba y peña, quizás una orgía privada por allí, quizás unas noches de filmación estrafalaría en manos de “Jarvy el sucio”. ¿Eso es para tí la semana de representación? -es una pregunta-.
Los congresistas son en el Perú un mal chiste, una mueca de la realidad, el excremento que se atora en el baño porque hasta los roedores lo rechazan. Y no es dura esta imaginativa descripción que, a ustedes lectores pido disculpas, pero la cólera es incontenible cuando veo a una “congresisto” colocar fotos de sus compras de calzones o enfundada en ropa ligera, se hace la deportista y sin embargo, se corre de cada una de las protestas porque, dicen, así dicen, que cobra mucho por ir unos minutos y tomarse unas fotos, dicen por allí ese comentario, dicen. Y por eso, la gente la rechaza, a ella y al congreso.
Para no equivocarnos en nuestras opiniones, el congreso actual es el reemplazo de otra promoción igual de peor, salvo un par de excepciones, que al final, se consideran lo mismo en el juicio popular: verguenza y delincuencia política, un asco en todo sentido. Eso es lo que son, lo que hacen y lo que “producen”.
Triste es decir lo que uno piensa, cuando quisiera decir con orgullo, lo que uno desearía reconocer en la gente que aspira a un cargo público para servir y no para servirse.