A las izquierdas del odio se les acaba el tiempo rápidamente, porque es la primera oportunidad que se acerca un proceso electoral y hasta el momento, no tienen rostro de unidad, ni mensaje de convocatoria nacional para que se vea un proyecto alternativo de gobierno popular. Y es que, tanto con Dina Boluarte como con su socio, un tal Pedro Castillo y su ideólogo Vladimir Cerrón (socio de Verónika Mendoza), los peruanos hemos visto y palpado que el apetito del poder y su gran desesperación por robar, es la única insignia de los dueños de la violencia, el odio, el engaño y el resentimiento, es decir, de las izquierdas que están vigentes en el papel, dentro los espacios políticos actuales que todos los ciudadanos rechazan.
Las izquierdas son dueñas del rol de la corrupción, en especial con Odebrecht y las mafias del Foro de Sao Paulo; son también propietarias del rol de la agresión contra otros Estados, en especial con la puesta en escena del que fue presidente de ese país de narcos y fosas comunes llamado México, hoy aún más ensangrentado con una que desde el gobierno profana la democracia y ataca las libertades, la enajenada del Grupo de Puebla. Y alrededor de estos criminales, los Petro, Boric, Arces y Evos, los prófugos Correa o casi iguales de los Humala-Heredia, junto a los criminales de Maduro, Díaz Canel y Ortega, son la mancha que enloda diariamente el sufriente camino de las débiles democracias que en Latinoamérica aún no son contaminadas plenamente, a pesar de estar en un ritmo de podredumbre fatal.
Las izquierdas no saben qué decir, qué forma de insultos van a darles mejores ecos y repeticiones que hagan del engaño una nueva verdad, para destruir la Libertad. Quieren que en esta Era Caviar del imperio de la corrupción y la impunidad, se haga moda destruir honras y maltratar personas, por el simple hecho de no ser marxistas.
Sin argumentos, sin ideas, sin propuestas, los alaridos de las izquierdas del odio en la era caviar están dejando de sonar en el horizonte, para reducirse al foso de la inmundicia, desde donde nunca más deberán salir.