Esto no se trata de izquierda ni de derecha, de ser de centro o formar un partido; eso que nos dicen a cada rato los que “opinan mucho y siguen opinando desde sus equivocaciones” no es ninguna respuesta, no es lo que debemos de comprar como obligación activista o militante para servir a esos intereses de opinión, que desde el sofá de la meditación nos quieren imponer los sicoanalistas de la sociedad de las izquierdas del odio, los bipolares que le hacen el juego a la democracia con un rostro, mientras con el otro van impregnando de violencia la revolución del resentimiento para estallar, arrasar e incendiar todo lo que sea Libertad, propiedad privada y derechos humanos. Ese es el cuento que nos hacen, para poder deshacerse de nosotros.
Todo es “el Estado” y por eso, le han metido en la cabeza a los más ociosos, ignorantes y vagos, que es necesario ampliar la presencia inútil del Estado, para que llegue a todos. ¿Y cómo se hace eso? Colocando en las planillas públicas a más empleados de cada gobierno local, regional o nacional, a fin de que tengan un chip mental de estar toda la vida en la mediocridad, siendo inservibles para ellos y el país. Eso es lo que llaman estabilidad laboral y la quieren imponer en el sector privado. Ser un trabajador “estable en el Estado” es que tu inutilidad sea permanente y que nadie te mueva de tu puesto comprado, que te vistan, te paguen la movilidad, comidas, te den vales bonificando tu status de improductividad.
Más de un millón y medio de peruanos viven usando los impuestos de todos (incluídos los de ellos) para cobrar sus salarios y decir que trabajan. Pero, ¿es trabajar la condición por la cual se acumulan decenas de miles haciendo lo mismo, que la final es no hacer nada?
Así como en algunos pueblos donde habían escuelas de sub oficiales de la Policía Nacional, los padres de hijos sin futuro pagaban o hacían lo imposible por enrolarlos en esas “academias de nuevos pide plata” a mototaxistas, colectiveros o transportistas -como primera misión para cumplir con el comandante de cada distrito-, así se ven en los procesos electorales las oportunidades de meterse en el Estado para que a uno de los de la campaña del partido le den su puesto, una asesoría, alguna consultoría o la designación de obras bajo la mesa, por el porcentaje de costumbre, porque es una costumbre todo ese circuito: campaña electoral, pago de reciprocidad, contratos turbios, licitaciones amañadas, corrupción a escala.
Todo esto lo vemos y lo sabemos, pero no hacemos nada. Estamos esperando un “outsider”. ¿Porqué no hacemos algo distinto? ¿Porqué no dejamos de decir en voz baja, a cada rato, lo que tenemos que gritar como compromiso de vida? El Estado es el mayor mal del país, no sirve, no nos va a servir para mejor y mayor educación, para mejor y mayor atención en salud, para mejores oportunidades de crecer y ser un país fuerte, seguro, solidario y emprendedor. El Estado se sigue desbordando y se mete en nuestras vidas vendiendo la destruccion de las familias, la destrucción de la sociedad, maldiciendo la propiedad privada, engañando con palabras que reemplazan la pluralidad por el “terminismo ideológico” (ellas, ellos, elles).
Tenemos que empequeñecer el Estado desbordante, limitar su tamaño y señalar claramente sus labores de servicio a nosotros, los ciudadanos, porque el Estado y los cientos de miles de trabajadores que allí reposan, se deben a nosotros, no a ellos, no a sus partidos políticos, a no a las mafias de ladrones y corruptos que los digitan. ¿O es que acaso somos inválidos mentales que no servimos para nada sin el Estado, siendo el actual Estado el reflejo perverso de cada uno de los gobiernos más miserables que se han registardo en la historia decadente del Perú?
Hay que acabar con el desborde del Estado, hay que acabar con el silencio que produce esa crisis popular de ser espectadores de nuestro triste final, ese que podemos cambiar si lo decidimos ahora, para actuar como ciudadanos, para renacer como sociedad, para crecer como país, para vencer como nación.
Imagen referencial, la bruocracia mexicana, típico mal ejemplo latinoamericano