La vergüenza de llamarse como lo que son, es decir “comunistas” y en su mayor interioridad “marxistas leninistas o revolucionarios de izquierda” ha hecho que los conductores de masas enfermas de odio (provocados con iras y mucha maldad por los dirigentes y líderes de esas hordas violentas) se conviertan de a pocos, en nuevas especies de políticos que aman el dinero de la corrupción, anhelan el poder del engaño, se ilusionan para conquistar y no dejar puestos en el Estado -al que esquilman ellos, sus hijos y sus demás generaciones y degeneraciones- con lo cual, amor que es deseo insano, anhelo que es compromiso con el delito e ilusión que es abuso eterno, son para estos tiempos la síntesis de las izquierdas (ira, odio, resentimiento, imposición, dictadura, despojo, muerte).
Nadie es hoy un comunista convicto y confeso porque la historia y la realidad demuestran que la sanguinaria ideología de la muerte no da paz, trabajo, igualdad de oportunidades, Libertad ni Democracia, sino que, contrario a ese discurso, son la guerra, el desempleo, la igualdad en la opresión y la esclavitud, los nuevos valores que han sembrado en las mentes de sus adeptos, fanáticos y militantes de la perversión moral y la destrucción absoluta de principios, valores y virtudes humanas. Por eso, la imposición totalitaria es la tarea, el adoctrinamiento extremo es la esencia cultural “de todo lo nuevo en el odio marxista leninista” (y ya no se llaman así, ni maoístas tampoco, porque es parte de la estrategia de “nuevo rostro”).
En América Latina vemos que salvo en Chile, donde una especie de germen del mal aún circula con un “partido” denominado comunista pero que en sus dichos y hechos es una mezcla de apodo por un lado y sentimiento en contra en el otro extremo, en ninguna otra nación se destacan por militancia y presencia “partidos comunistas” sino expresiones de izquierda del odio que van de lo ultra a lo caviar o progre, en una elástica secuencia que se estira de acuerdo a los intereses electorales de cada cierto tiempo. Es decir, repito, se acomodan a los tiempos y las elecciones, porque han encontrado su nuevo juego revolucionario en “meterse” en lo legal, para desde allí, comenzar a destruirlo. Esa infiltración legítima la estamos permitiendo tontamente por décadas, sabiendo lo que van a hacer con cada país y se les deja hacerlo sin ningún reparo. ¿Porqué ocurre eso? Es que la tontería de ser demócratas se confunde con la estupidez de ser permisivos, teniendo todas las herramientas represivas para que eso no suceda ni se repita.
No entendemos que Democracia, no es permitir destruir la Democracia. No apreciamos que Libertad, no es dejar que ahorquen la Libertad. No nos damos cuenta o no queremos hacerlo porque no es “políticamente correcto”, que debemos impedir lo que afecta, ataca, destruye y aniquila la Libertad y la Democracia. Y para eso, hay que aplicar la Ley, ordenar el Estado de Derecho, volver a institucionalizar el país y fortalecer la educación, que es la base de todo lo que podemos hacer, o de todo lo que podemos perder.
El comunismo es hoy llamado progresismo, frente amplio, buen vivir y cuanta invención publicitaria vaya saliendo en portales y medios de comunicación que maquillan el rostro del odio. Por eso, ya no hay discursos que apelen a la palabra revolución, ni a la lucha de clases, ni a denominaciones como proletariado, camaradas y burguesía. El comunismo es una acumulación de disfuerzos y deshonestidad intelectual, escondidos en rostros de odio que se cubren de máscaras de sonrisas y palabras llenas de falsas ilusiones para engañar más y matar más. ¿No lo ven?
Lean lo que menciona el periodista uruguayo Roberto Alfonso Azcona:
“Bajo la apariencia de discursos progresistas, muchas corrientes de izquierda han implementado narrativas que siembran resentimiento y división. Se promueven luchas de clases que antagonizan a los emprendedores con los trabajadores, a las comunidades urbanas con las rurales y a diferentes sectores sociales entre sí. La táctica se basa en identificar enemigos comunes – reales o imaginarios -, construyendo un sentimiento de amenaza constante que moviliza a las masas bajo la bandera de un supuesto bien común.
Esta estrategia no solo genera desconfianza, sino que también destruye la cohesión social, debilitando a las sociedades desde adentro y creando un terreno fértil para la dependencia de políticas centralizadas y estatistas. En el ámbito internacional, el adoctrinamiento mediático y educativo sirve como pilar para normalizar esta visión”
Amigos y no amigos: La tarea es enorme, hay mucho por hacer para derrotar al comunismo escondido bajo la mesa del diálogo, con una bomba lista para estallar. Revelemos esos rostros de maldad y esos discursos de odio.