Estamos varias horas reunidos en línea los que hacemos con esfuerzo y dedicación este portal de la Libertad y no encuentro como joven, como mujer, como periodista formada en los principios rectores de esta, mi vida profesional, ninguna otra palabra más que decir: Ha muerto el periodismo, nace la rodillera.
Lo digo avergonzadísima, pero es la verdad, luego de leer y escuchar a dos periodistas que sumados a otros cinco serviles palaciegos que estuvieron tomando té hace unos días, se han juntado como bloques del muro de contención a favor de la corrupción y la impunidad que siembra este gobierno de ultraizquierda, que está destruyendo nuestra patria.
No preguntan, asienten. No preguntan, ellos mismos le sueltan la respuesta al que los contrató para que le hagan el favor de rendirse a sus pies. No preguntan, van al baño a cobrar.
En mi corta vida, comparada a la de los escandalosos y escandalosas que se sintieron luminarias por estar en palacio con el impresentable ese que destruye la imagen de alguien que debería ser un ejemplo de humildad y capacidades puestas al servicio de la nación, en mi corta vida no pensé ser testigo de la destrucción del periodismo, de la criminalización de la palabra bien empleada, de la arrogancia como fruto de la venta de la dignidad y la profesión, jamás lo imaginé.
Pero es el Perú, esta generosa tierra es la que con silencios tontos y con tolerancias incomprensibles permite que “todo ocurra y nada pase, que todo sangre y nadie muera”.
Ha quedado demostrado y va a seguir siéndolo, que existe una mafia en el mercado de las informaciones y la prensa que manipula, ha quedado demostrado que reina un conjunto de minicárteles nacionales, aliados también con la prensa servil internacional (ya viene con todo, no se ilusionen con precedentes de otras entrevistas, ya llega el espaldarazo a Castillo con algunas “conclusiones”). Y frente a la pantalla, y sintonizando una radio o leyendo un diario, los ciudadanos del Perú impávidos o molestos, seguirán igual… porque no pasa nada.
Nos están digitando mientras el poder corrompe, la prensa se inclina, la dignidad se aleja de las personas y las instituciones no sirven… la Constitución se hace percibir como que apesta, y todo sigue igual… porque no pasa nada.
Estamos en el deber de ser insistentes, mejorar nuestra comunicación, darle “un buen cachetadón a tanto estupidizado” para revertir el estado de somnolencia que nos agota y silencia.
A despertar, o “a morir matándonos en silencio, en un suicidio colectivo, que nosotros mismos estamos fabricando”, en un país donde se usa la rodillera, para sobrevivir frente al crimen organizado, legalmente organizado.