Todos los días uno se impresiona con las noticias que se replican desde las redes sociales, hechos ciertos y especulaciones, pero en fin de cuentas, vocería popular desde las personas hacia las personas, palabras cargadas con emoción o tristeza, anuncios de rebeldías y protestas, reivindicaciones y caminos de lucha en interminables aspiraciones ciudadanas. Son las redes el reemplazo necesario, son el nuevo periódico, la nueva radio, la nueva TV de la gente, y circula por algún lado, algo así como “lo tradicional que ya fue”.
Hoy en los medios “de antes” hay que escarbar para seleccionar -quizás, tal vez, puede ser-, algo que tenga contenido y verdad. Hoy los impresos de ayer, son catálogos comerciales que algunas empresas usan inteligentemente para llegar a ese público que aún gusta de ver, leyendo, ofertas en imágenes que se colocan en revistas o folletos añadidos a lo que no vamos a leer, “pero alguna fue”, acompañado por opciones de información comercial importante. Hoy es al revés: los impresos que se llaman periódicos, van colgándose de folletos y catálogos de lugares de prestigio, para tratar de subsistir mientras van pensando estrategias de refundación o venta al mejor postor, para pagar las planillas que cada vez son más pequeñas (así son los tiempos), porque “todavía queda el nombre, todavía queda el recuerdo, de lo que alguna vez fue un verdadero periódico”.
La dispersión de lo tradicional o su resquebrajamiento total (muchas partes dividiéndose cada vez más) es una característica del fracaso por ausencia de liderazgo, por el abandono de los principios rectores y por la enorme deuda que se va adquiriendo con el poder o los poderes de turno (que también son múltiples y que sólo se presentan cohesionados cuando imponen sus decisiones o las quieren hacer durar más de lo debido).
Antes y queda algo aún, tener en las manos un periódico impreso era como una señal de prestigio lector, porque ibas en el ómnibus o colectivo acompañado de las noticias bien redactadas. Antes se leía noticias y se leían también opiniones editoriales del medio, construídas en base a sus posiciones, escritas por un grupo destacado de periodistas que transmitían ideas en sus columnas. Esa realidad era más impactante cuando sobre el escritorio de algún empleado público, funcionario bancario, catedrático universitario, de un maestro de escuela o gerente de empresa, notabas en el lado derecho, por ejemplo, un ejemplar del diario “La Prensa” o “El Comercio”, o pudiera ser “La Crónica” o “Expreso”, una revista de la calidad con que se hacía “Oiga” y también “Caretas” (pero con Enrique Zileri, no como ahora).
Otros tiempos, que se necesitan en tiempos nuevos ¿Es posible?