Escribe: Yolanda Couceiro, desde España.- Cada día escuchamos o leemos noticias que, por una razón u otra, nos resultan (incluso a estas alturas) chocantes por ser contrarias al sentido común, a la lógica, a la ciencia, o incluso al buen gusto y la educación. Muchos coincidimos en la sorpresa (“¡Parece mentira!”, la indignación; ¡”Es increíble que nadie haga nada!”) o en la incredulidad (“¡No me lo puedo creer!”).
Y lo dejamos ahí, con nuestra confusión, con nuestra sorpresa, incluso con nuestro desconcierto de que las cosas estén mal, de que vayan a peor, y que la reacción de los españoles, de los europeos, sea la que es.
Estamos viendo cada día las aportaciones de la multicultura a nuestras sociedades. Barrios enteros donde las mujeres europeas no pueden entrar sin llevar velo para evitar sufrir el acoso de los foráneos. Zonas “no go” (donde imperan bandas islámicas y rige la sharia) en las principales ciudades europeas en las que ni la policía se atreve a entrar. Hasta tal punto es un problema, que han surgido numerosas app para advertir al incauto viajero que no debe adentrarse en ellas.
Atentados día sí y casi día también en cualquier ciudad europea de cualquier modo: cuchillos, camiones, furgonetas, bombonas de gas, cubos de explosivos, siempre en nombre de una “religión de paz” que día a día crece en nuestro territorio y que juega al juego de pedir tolerancia para imponer su intolerancia. El islam organizado se libra de toda responsabilidad diciendo que “son unos pocos que han entendido mal sus escrituras”, pero jamás manifiestan diciendo “No a la islamofobia” en lugar de “No a los atentados en nombre del islam”.
Sin embargo, los pueblos europeos reaccionan de una manera cuanto menos sorprendente: sale a la calle a gritar “Welcome refugees” y “Queremos acoger”, mostrando una suicida benevolencia con los que precisamente causan estos problemas.
No es que no haya realmente refugiados que necesiten ser acogidos. Pero ni mucho menos los miles que vienen a Europa buscando en realidad que les den un piso gratis, una paga, y una vida cómoda y fácil. “Refugiados” que nada más ser rescatados preguntan dónde hay wifi, o exigen comida adecuada a sus gustos y tiran la que se les ha dado, o queman sus propios centros de acogida para protestar por la mala calidad de los colchones o la inadecuada temperatura del agua del grifo… La mayoría, por descontado, no son mujeres con niños pequeños o ancianos, sino hombres jóvenes, que no son originarios de Siria y que en realidad no vienen huyendo por motivos políticos, sino de culturas donde el conflicto es algo innato y endémico.
Y entonces nos preguntamos: ¿Qué ha pasado con los pueblos europeos, otrora inteligentes y capaces, para llegar a esa degeneración absoluta de su capacidad de pensar? ¿Cómo se ha estupidizado a los europeos de esta manera? ¿Cómo se puede forzar a unos pueblos a que escojan su propio genocidio y marchen felices a su exterminio o su sumisión gritando “¡Queremos acoger!”?
En realidad, el universalismo y el relativismo cultural procedentes de la Ilustración, sumados al buenismo cristiano procedente de un mal entendimiento de los Evangelios, todo ello aderezado con el marxismo cultural, ha producido un pueblo decadente, estúpido, ignorante e incapaz de hacer nada por sí mismo, y que pide en cambio que le lleven al matadero. De aquellos polvos vinieron estos lodos. Así, tenemos un pueblo que cree que “todas las culturas enriquecen” (aunque a título personal, no me gustaría que me enriqueciera una cultura caníbal, la verdad….).
Un pueblo que cree que “Todos somos iguales”, como si el ser humano pudiera quitarse de un entorno y trasplantarse a otro sin mayores consecuencias. La propia naturaleza nos enseña que cuando llevas animales o plantas foráneas a un hábitat ya formado, tiende a destruir a los animales o plantas nativos e imponerse. Igualmente, las personas no pueden concebirse fuera de una conformación genética, cultural y social que determina su modo de vida, sus costumbres, su modo de pensar y actuar.
Un pueblo borracho de solidaridad enfermiza, de tolerancia suicida, de estupidez autodestructiva. Un pueblo relativista para el que todo vale. Un pueblo estúpido que no ve que su decadencia, su soberbia, su estupidez, simplemente sirve para que los que quieren imponerse tengan el camino casi hecho.
Quizás los más necios, o los más soberbios, piensan que al contacto con nuestra superior cultura cambiarán, se integrarán, y acabarán siendo como nosotros, pero de otro color de piel. La esquizofrenia de ese planteamiento es tan evidente que no me molesto en desarrollar más el tema. Así, una Europa en la que habíamos avanzado algo en el tema del maltrato animal, vuelve a la época pre-medieval permitiendo el cruento sacrificio halal por cuestiones “religiosas”.
Una Europa en la que habíamos avanzado en el tema de la mujer se encuentra con que la ablación está tan extendida que empieza a ser un problema serio, se encuentra que las violaciones a mujeres que no llevan velo están a nivel de países como Somalia o Nigeria, se encuentra que los abusos y acosos sexuales por parte de “refugiados” están tomando proporciones dantescas.
Una Europa que dio filósofos, músicos, arte, literatura, está involucionando hacia el pasado más oscuro y sombrío en favor de una religión que niega la filosofía, la música, el arte, la literatura.
Y hemos renunciado a nuestra cultura para aceptar esto, para acoger esto, para pedir esto. Hemos renunciado a grandes logros para conseguir inseguridad, miseria, pérdida de derechos personales y sociales, delincuencia, retroceso en costumbres y… y a todo eso lo llamamos “enriquecimiento multicultural”. No hay más explicación que la enfermedad de la estupidez.
La situación, a estas alturas, ya no puede considerarse ni siquiera crítica. Es mucho peor. El europeo, consumido en su endofobia, en su soberbia, en su ignorancia y en su estupidez, se machaca en la esquizofrenia del odio a lo propio y del amor por lo extraño y a la vez, de considerar que lo propio es tan bueno que todos lo quieren para sí y por eso hay que compartirlo.
Siempre hay quienes justifican y defienden lo extraño, porque odian lo propio, pero también hay quienes son tan estúpidos que exigen tolerancia con los intolerantes, respeto a las culturas que no nos respetan, flexibilidad con quienes no nos permiten seguir nuestras costumbres, comprensión con quienes nos imponen su cultura en el sagrado nombre del respeto y nos piden cambiar la nuestra y renunciar a ella en caso de ser incompatibles.
¿En cuántos colegios se ha exigido prohibir el cerdo en nombre de la tolerancia, por poner un ejemplo sencillo? Y ¿qué tolerancia practican los que lo exigen?
En eso radica la imbecilidad de la propuesta: ser tolerante con los intolerantes es un sofisma que no lleva a ninguna parte, como no lleva a ninguna parte gritar “No tengo miedo”, con las nalgas apretadas por si acaso, o “No nos quitarán la libertad”, cuando sabemos pertinentemente que vamos de cabeza a la tiranía.
Decía Schiller que “contra la estupidez hasta los dioses luchan en vano”. Y si los dioses luchan en vano, más en vano luchamos nosotros, pobres mortales, que vemos la estupidez de nuestros compatriotas sin poder hacer nada para evitarla.