El actual gobierno del Perú es un hijo no reconocido de las izquierdas, un vástago del olvido inmediato porque no juega a su favor en lo que más les interesa: sus bolsillos del día a día, las asesorías en y desde el Estado, las consultorías en y desde contrataciones arregladas para que los dineros fluyan sobre lo que se llaman “estudios sociales” y al final, como desde el principio, no son nada que ayude al país.
Además de esta evidente realidad y soledad del abandono, el gobierno gira hacia aliados temporales que considera valiosos por algo que le pueda rendir aumento de popularidad, pero no le funciona. Lo que sucede es que a la pareja presidencial le nació la idea de trascender, de ser una página gloriosa en la historia del Perú y eso, jamás va a ocurrir. Y pensaron -es un decir-, que esa letanía de “Dina asesina” se podía evitar si se construía una imagen de “lideresa, inteligente, valiente, aguerrida y andina”, con un poco de “mujer de armas tomar” (ironía para el resultado de las armas que dice que no ordenó usar).
Dina no quería pero quizo, Otárola no estaba previsto pero él mismo previó todo. Así se impulsó la pareja presidencial, una dupleta que venía arreglando su agenda y agencia de colocaciones en puestos claves del gobierno de Castillo, el pecetero, el de a sol y de a veinte lucas, como Mauricio, el que fue bueno.
Observen con atención: Dina no sabía nada, pero lo sabía todo. Dina iba a renunciar, pero no lo hizo. Su ejecutor y a la vez inpsirador, el tal Otárola, un don nadie venido a menos, queriendo ser más, estuvo desde el principio en la elaboración del Plan de Ingreso (como el Libro Blanco que le alcanzaron las Fuerzas Armadas al principio, no lo pueden negar). En ese “plan” era preciso sembrar los explosivos de escándalos, cambios y recambios, sospechas y pruebas que les abastecían (tampoco lo pueden negar). Y así, usando el voluminoso presupuesto del MIDIS y su amplia red de influencia, se trazó el camino que vino a punto de decirse “mejor ya no”, pero que tuvo que recularse de inmediato porque las muertes en las manifestaciones violentas, son una terrible carga de por vida, como lo será la condena judicial, de por vida, para la pareja presidencial.
En vez de gobernar o por lo menos estar en piloto automático, nos encontramos en rumbo incierto, sin combustible y con los ojos cerrados. La economía muestra su declive incomprensible, la producción nacional retrocede imparablemente, el desempleo formal sigue en curso y la informalidad es lo único creciente y angustiante, porque no existe mercado laboral (trabajadores sin cobertura efectiva de salud, sin construir su fondo de pensiones y futura jubilación).
Dina ni siquiera se pasea por el país, se preocupa solamente de su rostro, pero por el maquillaje y las arrugas que ya no cubren con tanta efectividad el ácido hialurónico y el botox. Dina se reúne con la modista que le piensa ropas huachafas de las que ni una sola le queda bien, porque no entallan y usa colorinches que la vista rechaza, como a ella la rechazamos. Dina pide permiso para hablar a su pareja presidencial y el arrebatado le grita y la maltrata como si a ella le gustase (y tal vez eso es así).
Y de todo este panorama telenovelero, resulta que se le está sembrando oportunidades -otra vez- a las izquierdas, para que armen su agenda electoral de odio y violencia con una facilidad inusitada o un arreglo bajo la mesa, que está acordado, como lo hacen siempre las izquierdas (dispersión y pelea hacia fuera, unidad y puño hacia adentro).
Tenemos un gobierno intrascendente, en un país que necesita rumbo y objetivos. El gran problema es que la solución pasa necesariamente por tener líderes… y no hay ni uno.