He disfrutado de la lectura del libro “Aprender a vivir y a pensar” (Encuentro, 2006) de Jean Guitton (1901-1999). Un libro de pocas páginas, rebosante de ingenio, aperitivo del buen pensar, repleto de consejos inteligentes para conseguir la fecundidad en el trabajo intelectual, de tal modo que pensamiento y acción se den la mano. Mientras leía el texto me venía a la memoria ese otro libro de Guitton “Mi testamento filosófico” (Sudamericana, 1999), en donde el autor imagina estar en su lecho de muerte a donde acuden ilustres personajes, entre ellos el demonio -padre de la mentira- quien intenta poner a prueba la fe católica del moribundo. Se produce un diálogo intenso entre ambos, la agudeza de Guitton sale a flote, el demonio no puede con él y se retira. Este mismo despliegue de agudeza y fineza -sello de las obras del autor- recorren las páginas del libro.
“Yo he comprobado -dice Guitton- qué poco saben los sabios cuando carecen de libros y de notas; pero ese poco, cuando ha salido de sus entrañas, lo enseñan bien”. Con los años, me parece, que vamos destilando mejor lo que decimos. Y se enseña mejor lo poquito que nace de las entrañas, en donde se cocinan las ideas acrisoladas por la meditación y la experiencia. La misma idea la mencionaba ese otro maestro que fue George Steiner cuando afirmaba que se enseña desde la pasión. Ciertamente, después de un largo tiempo de lecturas, muchas horas de contemplación, cotejo con la realidad, diálogos enriquecedores; al final quedan pocas ideas, aquellas dichas de memoria, sin citas ni notas a pie de página.
“Lo poco que podemos hagámoslo con todo el corazón”, decía Santa Teresa y la cita Guitton. Nada de trabajo a medias, ni de descanso y reposo a medias, igualmente. “Non multa, sed multum” afirmaban los clásicos: no muchas cosas, sino pocas y mucho. ¿Será una quimera intentar sacar el tiempo conveniente para dedicarnos a pensar, sopesar y destilar gotitas de sabiduría en estos tiempos de sobreabundancia de información y de poca atención a las personas y cosas? Fácil no es, pero la buena ley del trabajo intelectual requiere de alma, corazón y vida. Tiempo, recogimiento y silencio, toda la carne puesta en el asador. La mediocridad “no da ni la alegría del trabajo ni la del reposo”, sentencia Guitton.
“Las cosas no son verdaderas más que por lo que nosotros llamamos los matices y los detalles irracionales. Los detalles son el sabor del ser”. Luminosa esta ultima frase del maestro: los detalles son el sabor del ser. Las cosas pequeñas, los detalles no sobran, son el sabor, aroma y el rostro del ser. Ir a lo matices y aprender a manejarnos en el amplio espectro cromático de los colores del ser. Llegar a pronunciar esencialmente el nombre de la realidad y el de nuestros seres queridos, conocerlos y llamarlos por sus diminutivos y por tantos nombres para poder alcanzar algo de la riqueza personal que se nos ofrece. Las mamás saben de nombres y detalles: una cosa es Juan, otra es Juanito; otra, ¡Juan!
Puestos a sacarle provecho al libro, tendría que citarlo totalmente. Lo mejor será emprender la aventura intelectual de leerlo. No tiene pierde en agudeza, fineza de espíritu, simpatía y buen humor.