Vivimos en un país que está sometido contradictoriamente al poder transparente de la delincuencia más avezada y pretenciosa que uno pudiera imaginarse. Vivimos en la sociedad carcomida por la corrupción y dominada por la impunidad que nos han vendido como fruto de lo que tendremos siempre, los políticos y sus mastines en los medios de comunicación. Vivimos sobreviviendo, alejándonos de todo lo que signifique el proceso democrático del poder, el legítimo ejercicio del gobierno, la necesaria participación ciudadana y el civismo. Y la pregunta cae en consecuencia por sí sola: ¿Eso es vivir con dignidad?
En el Perú existen varios poderes que se comunican intensamente para persistir en la hegemonía del delito, la imposición de la corrupción y la legitimidad de la impunidad: la prensa estado-dependiente, los grupos mercantilistas de distintos niveles de inversión y ganancias, sindicatos de construcción civil y de los puertos, grupos del narcotráfico en cada etapa de su organización, proveedores del contrabando y el tráfico de especies en extinción, la denominada minería ilegal y su cadena de exportación en el oro, empresas transportistas de cada uno de esos poderes, redes de protección desde la Policía, las Fuerzas Armadas y la administración de justicia, partidos políticos de presencia electoral… una suma muy grande de minicárteles que están inter relacionados para “crecer sin expandirse” en otros segmentos y así se evitan conflictos que generan atención y perjuicios.
En medio de Sodoma y Gomorra, en medio de Chota y Gamarra está un país herido en el alma, destrozado en su esencia humana, sometido a redes de una inmundicia “irresistible” por la que transitan tantos y tantas que es muy difícil derrotarlos si los ciudadanos y sus familias siguen en silencio, contemplando, escuchando con los oídos tapados, mirando con los ojos cerrados y protestando con los labios sellados.
Una economía que en cada hogar se estira más y más, para tener menos y menos, no es vida para entregar a los hijos, para proteger a los padres que estando ancianos, ven con tristeza un país que está dejando de ser el que ellos construyeron.
Es innegable, es imposible que alguien afirme o diga que el Perú va mejor o que hay más empleo, más inversión y mejores perspectivas económicas. Eso lo sabemos todos y sin embargo, los agentes de “la dictadura del conformismo”, los manipuladores de oficio desde los medios de comunicación siguen con el himno a la mediocridad, con el santo y seña por la defensa de la ineptitud, mientras se embolsican millones de los impuestos que pagan los obreros, los campesinos, los verdaderos maestros, todos los que de una forma u otra hacen que el país camine por encima de escombros ardientes y cenizas esparcidas.
Pero en esta situación, una estrecha mayoría de congresistas otorga su voto de confianza al gabinete del gobierno del desastre, a un gabinete cuyo estandarte es el odio, la misoginia, la homofobia, el delito de cada instante, la corrupción como el aire que expelen. Y no pasa nada, porque siguen allí, impávidos ignorantes para hablar o dar un discurso, pero ágiles y voraces lenguaraces para robar, mentir y suprimir libertades.
“Y el peruano… siguió allí, golpeado; siguió allí, sin levantarse, sin decir nada y lo seguían golpeando más”