El campo de concentración más grande de todos los tiempos se llama San Juan de Lurigancho, en Lima, en el Perú. Se trata de una extensa zona cuyas fronteras sujecionan a más de un millón de personas que están sometidas al látigo implacable de las extorsiones, acechos y chantajes, tráfico de drogas, redes de lavado de activos, fabricación de billetes falsos (en especial dólares y euros), distribución de territorios y zonas de control para cada banda y la suma de bandas, se concentra en organizaciones que administran el campo de batalla y generación de divisas. Es una suerte de pirámides que están sólidamente colocadas en el tablero de la criminalidad.
Este campo de concentración, tiene internamente complicidades legales, aliados de la legalidad sumisa al delito para que se opere con naturalidad y no trasciendan en escándalos o protagonismos de mayores sanciones a los detenidos o a los que resultan ser cabecillas identificados en cada zona de mayor alerta, donde se concentran los comercios más rentables y fieles en sus pagos (en las cuotas por “seguridad y cobertura”). Las múltiples pirámides se ordenan desde arriba hacia abajo, por eso falla la inteligencia policial que cree que infiltrándose en la base de los que cometen delitos, se puede controlar y establecer cierto control territorial u obtener información importante, cuando ese no es el flanco principal o el que se deba priorizar, ya que existen decenas de cabecillas conocidos e identificados por cuadrantes, y de la suma de cuadrantes el operador que es -de la misma manera- miembro de otro nivel de gobierno, está identificado pero aquí viene el gran problema: las complicidades “oficiales” (desde las delegaciones o comisarías, cuadros policiales, operadores de justicia, autoridades locales y del gobierno… ¿No lo incluyó el absurdo Plan Boluarte?
El campo de concentración -así funciona-, tiene barracas con sus representantes (barrios o pirámides con sus jeques), tiene sus pabellones (suma de barrios que forman cuadrantes), zonas de especialización en el delito (hay clanes de falsificacion de billetes, clanes de pastillaje y otros estupefacientes, clanes de alquiler de armas, clanes del menudeo de celulares, clanes del robo de vehículos y autopartes, clanes de hostales para prostitución, clanes de adulteración de prendas de vestir) y tiene en especial, “áreas libres” donde se vive alejado de lo que otros aceptan como sometimiento (como un apartheid).
Estamos en un país entregado a la delincuencia, donde San Juan de Lurigancho parecía que iba a ser el modelo de las acciones oficiales para derrotar a la delincuencia pero, es imposible de lograrlo con este gobierno, es imposible.
Les cuento un chiste: El 18 de septiembre, Dina Boluarte declaró estado de emergencia en San Juan de Lurigancho para hacerle frente el crimen organizado y la delincuencia.