Hace poco conversaba en el camino que va de Huando a Huancavelica con un grupo de amigos campesinos cuya edades se encuentran en el rango de los 60 años, mientras mirábamos en los silencios, el horizonte que se desinfla como la tarde que anuncia el fin de la jornada.
Eliseo, Neemías, Bill y Prudencio son gentes buenas haciendo muchas cosas buenas, en un país muy malo, lleno de maldades. Esa es mi impresión cuando estoy cerca del cielo, mirando desde allí arriba el Perú, desde nuestros Andes olvidados por todos los gobiernos que han pasado al lado de esos rumbos sin destino.
¿Qué piensan estos cuatro hombres del campo sobre lo que está pasando en el país? La primera respuesta fue “no le dejan al profesor, no quieren que trabaje por los pobres”. Pero Eliseo –le increpa Prudencio- ¿Cómo va a gobernar para el pueblo, si es de los partidos políticos de izquierda que siempre nos mienten?. Tercia Neemías: “Y si fuera qué. Todos son igualitos, palabras, desfiles, roban y nunca vemos justicia, comemos pobreza” sentencia con amargura y sus ojos llorosos.
Me quedo en silencio y Bill –al que todos le decimos el gringo, porque es albino-, nos pregunta humeando su cigarro: ¿Para qué hablamos de política, si nuestras palabras son como el viento, pasando de largo y sin retorno? Nadie nos escucha Ricardo, somos esas hormigas pequeñitas que ves ahora junto a tus zapatos, trabajando duro, venciendo la lluvia y el granizo, escondidos ante el frío, agotadas en el trabajo, encerrados por largos meses, pero por lo menos, felices con los hijos, la esposa, los padres que ya no caminan como antes pero escuchan más que antes. Pero así de pequeñitas, invisibles sin dejar de ser valientes.
Hablar del Perú con las llagas del esfuerzo trae nostalgias y muchas veces desesperanzas, pero hacerlo con cuatro campesinos que además son mis amigos, enciende la voluntad y el compromiso. Y es que ser Sanmarquino es de esos privilegios de la vida que se cuentan y fortalecen.
Aquí en Huancavelica hay nombres importantes por su humildad y entrega, como el de Don Alberto Benavides de la Quintana, inspiración y fortaleza de vida que ha hecho más obra que todos los gobiernos regionales que han pasado. Pero se le va olvidando porque la envidia es muy fuerte y la ideología más dañina.
Neemías y Prudencio recuerdan a Don Alberto cuando caminaba por las alturas incansable, le recuerdan escuchando a cada hombre del pueblo -eso es lo más importante, escuchando-, y que como él, pensaban y actuaban en favor justamente del pueblo. Pero ahora… cuánta falta les hace esa imagen y ese ejemplo vivificante.
El Perú amigos, es un país herido en el alma, destruido en el corazón, que ya no siente como suyo el aire con olor a bosques de la lluvia y arenas amplias con huellas de niños hechas a saltos de alegrías. El Perú está mal en su pensar, desfalleciente en su caminar.
¿Tenemos opciones? Por supuesto que sí, pero hay que desenterrarlas, escarbar la tierra para recuperar la riqueza de las palabras, de los sentimientos y la historia, del trabajo y la unidad sin exclusiones.
Aquí en Huancavelica, o allá en Puno, más lejos en Yurimaguas, en San Borja, Comas o Ayabaca, hay peruanidad encendida que busca iluminar pero no la dejan. Entonces, hay que prender los caminos de la Libertad, recuperar el canto del corazón, zurcir el alma y derrumbar los muros que impiden nuestro progreso y desarrollo.
Aún hay tiempo, quedan palabras y ejemplos para impulsar el rescate de la Peruanidad, la de todos.
Ilustración: André Casavilca Paco, “Caminantes”. Óleo sobre lienzo, 80 cm. x 110 cm.