Complicado y muy difícil de responder al título de esta columna de opinión que intenta, como antes lo he hecho, rebuscar entre las incontables opciones que se auto titulan presidenciables, alguna que sea coherente. Es lamentable que, en el amplio espectro político peruano, apenas tres y quizás cuatro partidos, actualmente con representación congresal, tengan participación activa en el juego que la democracia permite, pero es paradójico, porque siguen un modelo de poca competitividad al hacer lo mismo que hacen sus pares (escuela de dirigentes y carecen de dirigentes, por ejemplo).
Un partido político es una organización administrativa al servicio de la expansión de la doctrina que une a sus miembros (militantes, simpatizantes) y sobre la cual se edifican ideas y propuestas, planes de gobierno y de acción que promueven a su vez, al partido, a sus líderes y a sus emblemas políticos.
En nuestra acorralada nación que vive entre el desorden y los deseos que nunca se cumplen, los partidos son simplemente un grupo pequeño de gentes que tienen en común la intención de llegar al poder. Muchas veces son clanes familiares a los que se suman amigos de trabajo. Pero si hablamos de militantes y simpatizantes, volvemos a lo señalado al inicio, tal vez tres o cuatro partidos tengan esa diferencia a su favor, porque los treinta y tantos restantes, no son nada y no representan a nadie, se están jugando unos centavos más de inquieta procedencia a ver qué sacan de todo esto y a quienes les sacan lo que puedan, en todo esto que se llama etapa preelectoral y elecciones propiamente dichas.
Cobran por candidaturas en la plancha presidencial, ahora lo harán por incluir nombres en las listas al Senado y la Cámara de Diputados, cobran por las candidaturas a los gobiernos regionales y les ceden parte del cobro a los que encabezan dichas listas (para incluir a su vez a los consejeros regionales), cobran para las alcaldías provinciales y los candidatos a esas alcaldías tienen derecho a cobrar a los que están en su lista como cobrar candidatos a regidores y lo mismo sucede con cada uno de los cerca de mil novecientos distritos, con sus correspondientes regidores (entre doce mil y quince mil candidatos a regidores distritales que ponen desde una gallina, un chancho o una caja de cerveza, hasta algunos miles de soles dependiendo el distrito).
Hablamos de casi catorce mil candidatos por cada partido político inscrito y reconocido en el Registro de Organizaciones Políticas del Desordenado, Antidemocrático y poco transparente Jurado Nacional de Elecciones.
Si calculamos que habrá 40 partidos en la carrera electoral (no en la educación política ciudadana, no en la formación dirigencial, no en la construcción de planes de gobierno sostenibles en el tiempo), resulta que en el Perú quinientos sesenta mil ciudadanos van a ser candidatos por algún partido político… ¡560.000!
Esta dramática realidad no va a permitir que surja una alternativa popular de gobierno nacional, regional o local, sino una matanza del concepto “democracia”, un asesinato de la palabra “partidos”, una absurda y abierta desinstitucionalización promovida por los cárteles de las izquierdas del odio, frente a lo cual, de todo el montón o, frente a todo el montón tiene y debe de nacer un grito de rechazo, de intolerancia y rebeldía, donde o son ellos, o es el Perú.
No se trata de buscar unidad o acuerdos electoreros entre varios de los cuarenta ladrones supervisados por el Alí Babá del JNE, porque iremos de escándalo mayor a escándalo incontrolable. No hay posibilidad de lograr algo bueno sumando -por ejemplo, insisto- tres partidos caviares con uno extremista (es decir, pura izquierda en la misma licuadora). Tampoco, por si acaso, tres o cuatro “de centro”, que al final son caviar manipulables. ¿Podría darse el caso que los tres o cuatro que hacen algo se unan como fuerza electoral? Lo dudo, aunque sería en esta coyuntura lo necesario.
Al final de todo, al final de esta columna, queda claro que todo sigue oscuro.