He leído una y otra vez, con marcado detenimiento, la columna que un periodista de trayectoria por la Libertad escribió hace muy poco tiempo y ahora, quiero transcribir lo que desde la redacción de Enlace Judío publicaron, porque me parece significativo entender lo que siente y duele en el pueblo de Israel.
El resumen de @EnlaceJudío:
En su editorial de esta semana, el redactor en jefe de Charlie Hebdo subraya el cansancio y el esfuerzo de una sociedad, la israelí, que libra una guerra sangrienta, en la que está en juego su propia supervivencia. Pero en el mundo también se libra una guerra ideológica y de palabras, en la que Israel y todos los judíos están en el banquillo de los acusados. Ya no dice ‘justicia para los palestinos’. Dice ‘vergüenza eterna para los israelíes’ y, por extensión, para los judíos en su conjunto.
“El ataque de Hamás del 7 de octubre fue una conmoción absoluta. Por su alcance, por su crueldad, por lo que reveló de un plan declarado: no el fin de la ocupación, sino el fin de Israel. Civiles masacrados, niños tomados como rehenes, familias destruidas. Ese día, la idea misma de coexistencia fue asesinada.” Así lo escribe Gérard Biard, redactor jefe de Charlie Hébdo, en el editorial de esta semana. Una pieza muy intensa y dolorosa, en la que subraya el cansancio y el esfuerzo de una sociedad, la israelí, que libra una guerra cruenta, en la que lo que está en juego es su propia supervivencia.
Pero en el mundo también se libra una guerra ideológica y de palabras, en la que Israel y todos los judíos están en el banquillo de los acusados.
«La guerra que siguió no nació de una clara elección política, ni de un deseo de conquista –continúa–. Apareció como un reflejo de supervivencia , en un contexto en el que el enemigo ya no se esconde: quiere que desaparezcas. Pero entre la amenaza existencial y la respuesta militar, se ha abierto un abismo moral . Porque esta guerra tiene un precio —inmenso, a veces insoportable— que los israelíes pagan día tras día, no sólo con duelo y miedo, sino también con la pérdida de lo que creían posible: la paz” .
“Israel no es un bloque monolítico . Es una sociedad atravesada por tensiones, debates y enojos. En 2023, cientos de miles de ciudadanos se manifestaron contra la reforma judicial del gobierno de Netanyahu. No fue una agitación pasajera, sino la señal de un país en profunda fractura, dividido entre su identidad democrática y una deriva autoritaria”.
“Y ahora, en el corazón de esta crisis, estalla una guerra. Muchos israelíes viven esta fase como una doble desposesión: privados de un gobierno que los represente y obligados a apoyar una guerra que no querían”.
“No lo hacen con entusiasmo. Lo hacen con una angustia mezclada con fatalismo. Porque cuando te dicen que la alternativa a la guerra es tu desaparición, ¿cómo puedes negarte?”
“Lo que domina hoy en Israel no es el odio, es el cansancio. El cansancio de un pueblo que vive bajo constante amenaza. El cansancio de ver los propios ideales pisoteados. El cansancio de sabernos juzgados, externamente, como un poder brutal, mientras muchos ciudadanos, en su propia carne y en su propia conciencia, están en guerra contra la guerra misma. Lo que los mantiene a flote es la esperanza de ver a los últimos rehenes devueltos a manos de Hamás. Tras escuchar los testimonios de quienes regresaron con vida, la sociedad israelí conoce el sufrimiento que padecen y se solidariza con ellos. Hasta que no regresen a sus hogares, hasta que no se escuche su injusto sufrimiento, ningún israelí encontrará la paz”
“Lo que nadie sabe es cuál será la solución: diplomática o militar.”
Una guerra ideológica global
“Pero más allá de esta compleja y trágica realidad israelí, hay otra guerra que se libra en otro lugar: una guerra de palabras, una guerra de imágenes, una guerra moral –continúa– . Y en esta guerra ya no se trata realmente de defender a los palestinos. Se trata de condenar a Israel como tal.
La palabra genocidio se impone. En mayúsculas. Ya no hablamos de hechos, mucho menos de justicia: se trata de aplastar cada matiz bajo el peso de una acusación total. No sólo contra un gobierno o un ejército, sino contra un país, una sociedad, un pueblo.
Aquellos que rechazan este proceso son inmediatamente sospechosos. Incluso las voces judías críticas, pacifistas y humanistas son rechazadas: se las acusa de querer preservar un supuesto privilegio mediático. Las palabras ya no sirven para describir la realidad: sirven para designar a un enemigo absoluto.
“Ya no queremos juzgar a Israel. Queremos borrarlo”.
“Y esta eliminación no se produjo en las filas de los movimientos fascistas y antisemitas históricos. No, nació en el seno de los movimientos humanistas y progresistas, en un estallido de «odio virtuoso», como escribe Eva Illouz. Se ha vuelto moral, poderoso y emancipador odiar a los israelíes y, por extensión, a los judíos. Y persiguen un único objetivo: la destrucción de Israel. Todo esto en una sola palabra : “Soy antisionista”.
“Aquí es donde el conflicto abandona el terreno geopolítico. Se convierte en un ritual ideológico: la prueba, a través de Gaza, de que Israel no merece existir. Un espejo deformante en el que se reproduce de nuevo el viejo fantasma de un pueblo acusado de todos los defectos, «demasiado poderoso», «demasiado influyente», chivo expiatorio globalizado”.
“Esta batalla ya no dice: “justicia para los palestinos”. Dice: “vergüenza eterna para los israelíes” —y, por extensión, para los judíos en su conjunto.
“El motor de la lucha ya no es sólo el sufrimiento de los civiles de Gaza” .
Así escribió el redactor en jefe de Charlie Hebdo, Gérard Biard, cuyo trabajo lúdico fue silenciado por la amargura del fanatismo islámico.
