Las izquierdas no tienen ideas, carecen de propuestas, viven sin rumbo, se alimentan como alimañas de la venganza, duermen sobre la pobreza ajena -la que provocan y diseminan-, guardan rencores a todo y por todo, se sienten vanidosas y soberbias de su pobreza mental y el eterno discurso de frases repetitivas que no son nada, no sirven para nada, no construyen nada. Las izquierdas son una peste que debe ser tratada en su justa y real dimensión, para exterminarse totalmente.
Eso de escuchar, entender y comprender, no sirve con los quieren matar, destruir y arrasar. Es injustificable pensar o hablar en sentido de tolerancia con el asesino que empuña su cuchillo en tu cuello y te dice que quiere que le permitas matarte por etapas. ¿Se puede se tan imbécil para permitirlo? Es posible, nos toman como buenones, como gentes que “bueno pues”, creemos que es posible la reconversión del homicida, pero no es así, eso es imposible, sobretodo si venen de la izquierda del odio, de las izquierdas bipolares, de la vereda del crimen contra la Libertad y la Democracia.
Los destructores de innumerables pueblos, esos que arrasaron millones de vidas y condenaron a cientos de millones más al hambre y la deseperación, no merecen ningun tipo de contemplaciones, porque van sobre nuestras vidas a apagarlas, van sobre nuestras familias a desaparecerlas, van sobre nuestros logros a quemarlos. Esas izquierdas del odio son el terrorismo que aniquila niños, mujeres y ancianos por el sólo hecho de ser campesinos, obreros, maestros de escuelas rurales, trabajadores de emprendimientos en pequeños pueblos que van creciendo por sus esfuerzos, no por el Estado, no por los políticos, no por los desgraciados “dirigentes” que engrosan sus billeteras y panzas con las monedas de los más pobres y los impuestos que asifixian a las clases medias y las empresas privadas.
Un país que quiere tener futuro, se debe a una misión: acabar con las izquierdas, con todas.