Hay una corriente de análisis político que en los últimos día se declara afanosa al vaticinar que estamos en vísperas de la caída de Castillo y el ascenso de un régimen de transición democrática. Coincido en lo elemental, pero tengo mis dudas sobre quiénes deberían ser los protagonistas.
El desgaste presidencial es incuestionable. Como funcionario de Estado su desprestigio es total. Sus declaraciones en la Cumbre de Los Ángeles, donde ha repetido la monserga de “América para los americanos”, lo han puesto como un jefe de Estado ridículo: ha enarbolado la doctrina Monroe norteamericana de 1823, que hoy ni siquiera la ultraderecha continental se atrevería a esgrimir por pudor.
Moralmente Castillo está también desprestigiado a más no poder. Aparecer nada menos que como presunto cabecilla de una organización criminal, en términos de la fiscalía, lo reduce a ser un impresentable usurpador del gobierno.
Pese a todo su caída no la veo ni inmediata ni sencilla. Como todos repiten, salvo que apareciese un video o un audio demoledor, probablemente el desgaste será continuo pero lento hasta tanto el Congreso reúna la mayoría de votos para vacarlo o destituirlo; algo que ahora sí parece viable, pero que está ligado al gran tema pendiente: la fórmula de solución final a la crisis.
Por apego a la Constitución creo que los parlamentarios deberían culminar su mandato el 2026; sin embargo, dado que la segunda vicepresidenta Boluarte probablemente será inhabilitada en los próximos días, correspondería al presidente del Congreso asumir la transición y convocar a elecciones.
Dichas elecciones normativamente deberían ser solo presidenciales; pero tiene lógica que se reclame que un nuevo mandatario debería tener fuerza parlamentaria propia. De modo que por acuerdo político congresal podría hacerse un proceso de comicios generales.
La fórmula alternativa sería que el Congreso actual apruebe una reforma y se acorte el periodo presidencial en curso de manera extraordinaria y que, igualmente, se convoque a elecciones generales.
En cualquier caso la clave son las personas. Quien presida la mesa directiva congresal tendrá la llave de casi todo; y por eso ya no se trata de que el 2021 hubo ciertos compromisos de alternancia entre las bancadas, sino de exigir que se unja a alguien intachable, ni de izquierda ni de derecha, con trayectoria democrática y crédito profesional. En esa posición solo veo a una persona que no es polémica y sí convocante, la doctora Gladys Echaíz. ¡Apoyémosla desde ahora!
Nota de Redacción: Hugo Guerra escribe cada semana en el Diario Expreso https://www.expreso.com.pe y la presente columna se tituló originalmente “Apoyemos a Gladys Echaíz”