¿Se han dado cuenta que la mayoría de películas históricas, de ciencia ficción, de aventuras, política, etc tratan siempre de algún líder que unifica a los pueblos, a la nación, a las diferentes expresiones culturales y sociales?, ¿Les suena familiar?
El mundo está tan convulsionado, tan revuelto, que no hay ni un sólo país en el Hemisferio Occidental que no esté en crisis de liderazgo y de mensajes de unidad. En Europa, Canadá, Estados Unidos, y América Latina sin excepción, los pueblos buscan un líder que unifique, que saque al país de toda crisis y ayude a su pueblo a salir adelante.
Pero en América Latina no hay un Aragorn hijo de Arathorn, del Señor de los Anillos, ni un Jon Snow como el de Game of Thrones. En su mayoría, lo que hay es gente improvisada, políticos oportunistas, mediocres y corruptos a la vez, gentes sin norte o amor patrio, que lo único que buscan es poder y fortuna.
La ciudadanía desespera, pero falla en involucrarse y participar de forma sensata y cuando lo hace, resulta haciéndolo de manera violenta o en forma sumisa, pero siempre errada. No es destruyendo monumentos ni algún otro patrimonio nacional que se debe mostrar el descontento. Una ciudadanía sensata se informa y se expresa en las urnas, organiza, respalda o acude a manifestaciones pacíficas que no alteren el orden público ni la libre locomoción de los que van a sus trabajos o se encuentran en una emergencia médica. Lo hace sin violencia, y muestra el respeto que reclama. Y con ese respeto, cautiva a más, a muchos más en esa participación y expresión popular.
Una ciudadanía que entiende que es la soberana, sabe que los sueldos de los burócratas salen de los impuestos que paga, y por eso exige la misma atención de todos y en todo momento. Una ciudadanía responsable busca gente que la represente dignamente, sin robar, sin mentir, sin matar. Busca personas honorables, que sean ejemplo de lo que significa ser productivos, que comprendan las necesidades de la población y por ende, que cuiden los intereses de la misma. Es un mundo ideal, pero es posible que lo ideal esté cerca, o sea una frase lejana diciendo “algún día”.
Sabemos que en el mundo real, la ciudadanía está muy ocupada tratando de sobrevivir y además, produciendo para pagar los impuestos que nutren a un Estado parasitario e inmenso donde los que ingresan a toda esa estructura enredada de trámites y requisitos -para evitarte problemas sin haberlos causado-, se vuelven autómatas de esa fábrica de leyes y normas absurdas y contradictorias que les hacen perder el sentido de humanidad, solidaridad y cooperación entre personas de una misma nación.
Es por ello que urge contar con líderes dispuestos a correr el riesgo de asumir el costo que conlleva el llegar a un cargo público, porque sobrevivir entre ladrones y sacarlos del Estado, es heroico hoy en día.
Los políticos son personas que no gozan de crédito, ni para obtener una pequeña hipoteca. Quizás por eso roban tanto y tantos. Los políticos son personas que no gozan de amplios respaldos populares contínuamente, sostenidamente. Por eso es que lo idóneo sería que quienes lleguen al poder sean personas que ya tengan una posición ciudadana sólida y puedan realmente servir a su pueblo.
Ciudadanos, eso falta más que doctores de doctorados falsos, abogados expertos en delinquir, sindicalistas que jamás han trabajado una jornada completa o feministas que quieren matar a un niño por nacer. Ciudadanía, eso falta y significa mucho.
De no surgir líderes reales, los pueblos se sumirán cada vez más en la polarización y la debacle. Y en tan complejo escenario, lo peor se seguirá imponiendo.
Nuestros pueblos no merecen seguir siendo sacrificados en la hoguera del silencio, en la dictadura del conformismo.
Nota de Redacción: Un artículo de Betty Marroquín desde Guatemala, en colaboración con Ricardo Escudero en Lima, Perú.