No se trata de un tema local, sino regional, porque ocurre en Perú, en Chile, Colombia, Bolivia, Ecuador y Brasil, por citar solamente a algunos países sometidos a esa terrible y nefasta cultura de lo supuestamente correcto, lo que aplica con “legitimidad” sobre la legalidad.
Ya no vienen con banderas revolucionarias, ya no predican la guerra popular porque la esconden en movilizaciones y adoctrinamiento en las escuelas y universidades, ya no son puños en alto ni el amarrarse con cadenas en la puerta de alguna iglesia, ahora han inventado el feminismo compulsivo, el aborto libre, el odio a lo masculino tildándolo de machismo, el mirar el éxito de otro como la suerte del corrupto.
Esos, que siempre condenaron a ciudadanos que hacen empresa privada, hoy revierten en odio y violencia contra todo, diciéndose ambientalistas por ejemplo, pero absorben el dinero de la minería ilegal, del narcotráfico y las ONG más repulsivas que gritan una hipócrita defensa de los derechos humanos.
En las calles agreden a Policías, carabineros y soldados, en las redes insultan y denigran a cualquiera que defienda las libertades. Pero si les mencionan uno de sus millones de actos injustificables, se esconden en lo que ellos denominan derechos humanos, que no es más que la abierta defensa de los terroristas.
La hipocresía roja y caviar ha desbordado, al punto que pierden elecciones y se dicen dueños de la agenda del nuevo gobierno, como si la potestad fuera su decisión, nacida no del voto, sino de sus gritos y arrebatos.
Y cuando ganan, gracias a engaños, fraudes y acuerdos bajo la mesa con gobiernos cómplices que les abren el paso, destruyen la institucionalidad -débil pero vigente- de la Policía, de las fuerzas armadas, de los organismos judiciales, reconvirtiéndolos en armas de opresión contra la democracia que les permitió llegar al poder.
Es decir, usan las herramientas de la legalidad, para destruirla y fomentar con una nueva constitución, el camino de la revolución, del desastre, del comunismo, como en Cuba, Venezuela, Nicaragua, la desfalleciente Bolivia, Perú y muchos otros ejemplos.
Cuando no gobiernan, en las calles revientan bombas, incendian vehículos policiales, rompen vidrios de establecimientos privados y públicos, se hacen los heridos o se hieren a sí mismo para victimizarse, son los transversales, los que se dicen invisibilidades, los que reclaman matar a un niño por nacer.
Estos negacionistas del terrorismo, incendiarios, cobardes y militantes del odio y la violencia, deben ser silenciados por una derecha que no debe tolerarlos.
El bombardeo a la Democracia los ilusiona, entonces paremos de una vez por todas a esos resentidos de la libertad.