Es muy complicado archivar el discurso del odio, por ejemplo, ese que por décadas estaba en un lado de la balanza, frente a lo que era el Partido Aprista y Haya de la Torre, que aún sin gobernar, era fulminado por decenas de acusaciones y rumores sobre lo que hacían sus representantes y sobre lo que podrían hacer sus militantes. Se reconocía a un ejército político y se le condenaba o reclamaba actuar, porque evidentemente, los ejércitos son para la guerra y en toda confrontación, existen por lo menos dos grupos o bandos en pugna.
El Apra llegó al poder post Haya y dejó un mal sabor –en su primer gobierno- a lo que declararon por tanto tiempo. Y eso ocurrió, porque no era Víctor Raúl Haya de la Torre el conductor para el camino, sino un joven Alan García, absolutamente a la distancia, si queremos comparar, de quien fue el joven Haya. En consecuencia, se acentúo la cólera y el odio hacia el Apra y García, no hacia Haya (miren esas diferencias innegables).
Veamos la siguiente escena: Es muy complicado archivar el discurso del odio que por décadas está en un lado de la balanza, frente a lo que fue el gobierno de Alberto Fujimori en un extremo, y Alberto Fujimori como persona en otra condición de odio, dos cosas diferentes.
El gobierno del Chino nació inclinado con el peso a su favor, de las izquierdas anti Vargas Llosa, anti Belaúnde y anti Luis Bedoya. Ese era un frente de guerra, contra el Frente Democrático. El otro, era una trinchera contra lo que podría quedar del Apra fracasada en el gobierno. Por eso el Chino hábilmente giró al darse cuenta -un poco tarde pero lo hizo-, que sus acciones e indecisiones no servían para marcar la diferencia y la distancia de un nuevo gobierno, ante lo tradicional de la política (elementos de convicción).
Lo complicado de esta nueva sección de odio peruano, es que era contra Fujimori el objetivo de las izquierdas y los acomodados de un cierto independentismo partidario y también, de gentes de las derechas cobardes que pensaron que un nuevo odio era rentable, ya que el Apra no iba a resucitar jamás (y se equivocaron).
Sin embargo, como Fujimori se fue del país y su hija aun joven tomó las riendas del apellido, nació sin tener un ideario, doctrina, planes de acción política hacia adelante, el Fujimorismo, un discurso populista de alta aceptación ciudadana (mérito de la China).
¿Entonces, se trata de dos épocas y dos odios? Efectivamente.
¿Por qué les cuento esto? Porque nos encontramos en un momento en el cual se está revirtiendo y transformando el discurso del odio, por los discursos de la cólera y la ira, casi por extinción natural, al carecerse de líderes y dirigentes en las izquierdas y en el espectro del centro y la derecha, que nunca se dice derecha y no se sostiene como tal.
La cólera se está “extremando” desde la ultraizquierda mediática (la República, Hildebrandt en sus trece, radio Exitosa, los periodistas de la frustración personal y los portales web clásicos que alojan lo que se dicen entre ellos como la proclama de sus propias verdades).
El discurso de la ira en cambio, se está refugiando en el silencio público y se proclama en las redes privadas abiertamente, pero sin trascender o ser efectivo (no se traslada a la acción).
¿El centro y la derecha, qué discurso tienen, de ira, de cólera, de introducción al odio? Es algo más complejo y extraño: es el del silencio y la ausencia de voces.