Siempre me ha gustado esa frase que dice que hay una edad para reir, “como cuando tienes 18 años” y el mundo se encuentra a tus pies. Es una frase de muchas interpretaciones y sonrisas del recuerdo, no es como las palabras hirientes del resentimiento clásico de las izquierdas del odio que te responderían algo así como “claro, a tus pies, porque esclavizas seguramente”.
¿Saben qué? Cansados de un mundo que gira alrededor de lo estúpido y lo absurdo, los más jóvenes y los más viejos nos hemos encontrado en las redes con una singular armonía, en la que nuestros lenguajes están en el mismo plano del recuerdo con esperanzas de volver a verlo y sostenerlo y también, en el mismo nivel de comprensión y escucha -unos a otros y con todos-, por el que nos sabemos capaces de construir y reconstruir nuestros caminos, algo que para las caviaras y los caviares es imposible, porque no tienen rumbo ni destino.
Está sucediendo ahora: es el fenómeno de la extinción caviar y no es por ellos mismos, no es por sus condiciones y particularidades, sino por sus palabras, gestos y actitudes innobles, que los más jóvenes le han dado la estocada final a los caviares, los que no saben trabajar honradamente para vivir. Y claro pues, si eran siempre la alcancía de nuestros impuestos, los vividores del presupuesto público, de las mejores becas de post grado, entregadas sin mérito alguno para ir al extranjero, de los cientos de puestos inmerecidos en el gobierno y de las subvenciones para hacer lo que dicen ser “investigaciones sociales” o “estudios sobre políticas públicas”. Los vividores ya no se pueden hacer “los vivos y las vivas”, porque han sido descubiertos, denunciados en las redes (de forma irónica y con humor del bueno) y señalados en las calles, reuniones públicas o presentaciones de la llamada intelectualidad de la perversión, así le dicen.
Ha despertado y con fuerza el sentimiento popular de rechazo a los caviares y se les está expulsando del centro de atención pública, para ser castigados en todo el ámbito privado, desde cada familia, escuela y universidad, sindicatos y agrupaciones vecinales, en los colectivos cansados del eterno menosprecio que se les hacía, en los círculos académicos y en la verdadera intelectualidad.
Epitafio: “yace bajo escombros la cochambre, pegajosa inmundicia del desecho que en algún tiempo se conoció como caviar, habiendo sido nombrado en otras épocas izquierda, ponzoña, veneno y odio”