Se deben haber escrito y publicado muchas noticias y artículos sobre Fidel Castro, muchos de ellos en contra, muchos de ellos a favor. Lo cierto es que Castro fue un elemento de debate y discusión sobre su país y el destino de sus compatriotas, más de dos millones de ellos en el exilio.
Cuando estuve en Cuba, en pleno auge de su revolución, me impresionó la forma en que adoraban y admiraban a Castro sus seguidores -cubanos y extranjeros- en una especie de rito religioso y culto a la personalidad que lo revelaba como el conocedor de todo, el hombre sabio, una enciclopedia de conocimientos deslumbrantes.
Sin embargo, Castro no ha producido nada impactante para la literatura, el arte o la ciencia, salvo haber logrado vencer un gobierno abusivo en una isla empobrecida y luego de más de 55 años, haberla devuelto a los orígenes de sus lamentos y vergüenza, mandando fusilar a todos sus detractores.
Si duele decirlo, todos los saben. Cuba fue una especie de gran burdel para mafiosos y delincuentes, un paraíso del placer y el dinero, un puente entre el delito y las mafias.
Desde hace décadas, Cuba se convirtió o permitió convertir parte de su atractivo turístico en burdeles a la medida, centro de pederastas, bodega de ofrecimiento a cambio de unos cuantos dólares a la autoridad y unos miserables pesos a sus explotados.
En Cuba una casta privilegiada -la del Partido Comunista- recibió desde el primer momento miles de millones de dólares para subvencionar la tiranía, el asesinato, la represión y además, molestar al gobierno de los Estados Unidos, mirando su rostro a 90 millas entre un mar lleno de esperanza para muchos y lleno de muerte para otros.
Castro ha muerto, pero el burdel sigue abierto y los viajeros siguen llegando, mientras miles de mujeres y niños sufren persecución y chantaje sobre su Libertad, para pagar el costo de alimentar a sus padres, hermanos o hijos que claman por trabajo digno, desarrollo de sus talentos, acceso a la salud o educación competitiva fuera de la Isla de la perdición.
La dictadura aún no muere, solamente la mierda que la tuvo que crear se ha ido al fondo del excusado. Pero los niños, las niñas, los jóvenes que ven morir su inocencia, aún nos necesitan.
No creamos que porque ese Castro no está, la miseria humana que lo apoyaba se ha extinguido.