Habría que dejarlos hablar y hablar para que se cansen y se queden, por agotamiento, en silencio. Eso es lo que nos decían antes, como interpretando el “perro que ladra no muerde”, pero en estos casos de la política y el fin de las libertades (y consecuentemente de las democracias, por frágiles que subsistan) es necesario mirar bien a los perros y las perras (en masculino, en femenino, en contexto y sin alusiones a los mastines del odio), porque no se puede ser tolerantes con los que comienzan con el discurso de ataques e iras, ya que después ese discurso se convierte en lenguaje y acción violenta común y de allí, se hace condena y asesinato permanente.
Las izquierdas, en sus afanes desmedidos, procrean temor y siembran terror, es su “modus vivendi” el conspirar para existir, el aniquilar para surgir, ya que carentes de ideas, ausentes en argumentos, sus lenguajes son letras del mal vivir y condiciones para el no tolerar que se les aclare y diga las cosas como son. Por ello, la negación es a la izquierda como su sinrazón: hacer de la mentira, la nueva verdad.
Para todo lo que se les ocurre… “ellos” de izquierda y “ellas” también de izquierda y “esos que se dicen elles” y no saben ni lo que son o porqué se dicen así, quieren imponer sobre la razón y la verdad, la perversión y la mentira, a fin de atacar las fibras más sensibles de nuestra paciencia que por muchísimo tiempo, les ha permitido escupir sus ataques y disforias, sus perversidades y anormalidades, como siendo complacientes, pero sin darnos cuenta que nos estaban dinamitando la sociedad y los valores por dentro. No se trataba de “dejarles ser”, sino de “no darles importancia”… pero al perro rabioso, a la perra babeante de espuma tóxica, hay que observarlos y de paso, enjaularlos sino tienen comportamiento pacífico y se convierten en riesgo latente para la vida de los miembros de nuestra sociedad. Ni dejarles ser, ni no darles importancia: no dejarles hacernos daño, darles su estate quieto.
No estoy comparando animales con personas. Estoy claramente haciendo alusión a un dicho que dice “perro que ladra no muerde” y yo creo, opino y considero, que si el rabioso ladra, pues hace daño, con su ladrido, mirando en son de ataque, lanzándose por la espalda contra sus víctimas que tranquilas le dejan ladrar y acercarse con un aire de envalentonado que es de temerse y cuidarse. Ladra y muerde el animal rabioso, insulta y ataca el político cobarde y el activista de las izquierdas del odio.
No nos podemos seguir exponiendo a ser buenas personas con los asesinos de la Libertad. Hay que usar todas las armas de la razón para defendernos y ya no callar, porque al permitirles que ladren y ataquen, les estamos haciendo ver que “ellos y ellas” o como sea que se definan, asuman que son el dominio sobre nuestros valores y principios. Y eso, no lo seguiremos permitiendo.