Ha comenzado una guerra miserable, terrible, como todo ataque cobarde donde debe haber un solo vencedor y el oponente señalado como tal, tiene que ser destruido, humillado, imposibilitado de levantar la mirada, rendido hasta el extremo. Nos es una pelea de guerreros, sino un asesinato de las palabras y los pensamientos.
Y en paralelo, los periodistas o los autodenominados comunicadores de algunos medios, se han nombrado “los dueños de la verdad”, una que ahora se han fabricado a su gusto, producto de alquiler por supuesto.
Si un entrevistado de centro o derecha afirma algo, los puñales salen disparados de inmediato en su contra. Ya no existe la pregunta en el periodismo nacional, sino la prepotencia verbal hecha arenga, ya no se espera la respuesta libre del interpelado, sino que se emite la orden superior, la exigencia de responder pero al gusto del exasperado o la enloquecida que tiene el micrófono y la pantalla. Y por supuesto, es imposible escuchar repreguntas que sigan la secuencia del diálogo, porque no hay diálogo, no existe entrevista, es un fusilamiento cobarde, como cobardes son los que dirigen esa forma de periodismo cancerbero hoy en día, peor que ayer.
Han sido sustituidas por el grito y la histeria las palabras y las opiniones, los comentarios y las inquietudes, intentando derrotar cualquier posición del oponente, ese que ha perdido la categoría de invitado, porque ahora es un enemigo, un indeseable.
Si un especialista o académico es consultado por un tema determinado y su opinión es distinta a la del entrevistador, recibirá sólo interrupciones, juzgamiento, descrédito, rostros adustos y en el mejor de los casos, un buenos días.
A tal nivel se está sometiendo la libertad de las personas, que no deja de ser común la escena escandalosa que trata de poner contra la pared al entrevistado, como para sentir una especie de satisfacción sucia, perversa, oficialista, gobiernista de esas formas que ahora son la destrucción de toda forma de democracia, como le gusta y le encanta a las izquierdas, a los extremistas, a los comunistas vestidos de rosa.
Esa imagen se vuelve común, se transporta a la vida diaria de las personas y ocasiona gravísimos perjuicios. Los jóvenes lo pueden ver normal y en las conversaciones diarias se siente una carga negativa, no existe comunicación sino negación, emplazamiento, duda y enjuiciamiento gratuito. Ese es el daño mayor porque se hace costumbre el alarde, el odio y la violencia.
Entonces, cuando uno observa una entrevista o la escucha, se supone que el invitado será atacado y tendrá que defenderse. Ese es el nuevo protocolo periodístico. Y del mismo modo, si responde distinto a lo que el entrevistador quiere que le digan, el segundo paso será el ataque, mencionando desde la familia, los hijos, un primo o un vecino, hasta la Fe como argumento de ofensa, porque algo debe ser usado en ese vil oficio del asesinato de la palabra y la opinión.
El archivo del daño tiene muchas fuentes, hasta se puede inventar las fuentes y maquillarlas como sinónimo de veracidad, sobretodo cuando el gobierno usa malintencionadamente los servicios de inteligencia y el dinero de los contribuyentes para financiar ese daño.
Para completar la faena, si un entrevistado es diestro al responder y no se amilana con sus torturadores, la censura se impone y nunca más lo van a invitar. El silencio será un arma de destrucción para que no lo lean, no lo vean, no lo escuchen nunca más, porque se atrevió a responder.
Epilogo: Si así estamos hoy, peor que ayer, ¿Cómo será mañana?