Mi papá me contaba que era usual ver en los parques -de cuando corría siendo niño-, que en varias bancas de madera sostenidas en fierro fuerte y adornado, se sentaban tres viejos señores y frente a ellos, como un poco más erguidos o menos cansados, estaban parados otros dos en una alegre conversación entre todos, donde eran interminables las sonrisas y los debates de la actualidad sobre el fútbol, la política, música criolla y algún suceso de la modernidad de entonces, como los viajes al espacio.
Conversaban, estaban compartiendo palabras, ideas, pensamientos, soluciones y hasta revoluciones. Era usual saber que esos viejos “pensaban y transmitían pensamientos”, por eso al pasar cualquier peatón les saludaban aún sin conocerles y ellos, se regocijaban en decir que quien pasó era el hijo de uno de sus amigos, o el sobrino de alguien cercano, o que le había reconocido luego de tiempo “ese joven tan educado cuyo padre estudió conmigo, o creo que trabajo, pero me conoce, eso sí, ¿se dieron cuenta, no?”.
Alegres, amigos, barrio de parques y encuentro de calles donde las más viejas, las “viejitas”, sacaban y ponían al lado de sus puertas una banquita y a veces una silla pequeña, donde como agachadas miraban el horizonte que es la esquina o la casa del frente donde siempre se escuchaba bulla, para ver si había noticias que inventar y luego que comentar, en un ensayo de chisme sano, no como el de ahora, que es venenoso. Chisme sano que suponía que la chica salía con el hijo del panadero porque le habló muy cerca o le dijo “buenas tardes señorita” y ella respondió, lo que para el imaginario de las viejitas, para sus códigos sociales era como un previo a la conquista, aunque no fuera a suceder nada. En esa secuencia salían más capítulos cortos en la novela del barrio: “Así fue con Pocha y la gringa de la vuelta, la estirada pero buena gente, hasta que que se casaron un día que no me acuerdo, pero estuve allí, hasta en la pedida, fíjate comadrita”.
Comadrita era un símbolo de cercanía sin parentesco en las calles donde no pasaban omnibuses ni camiones, donde los chicos del barrio colocaban dos piedras envueltas en un trapo o la chompa de alguien, a modo de parantes de un también imaginario arco de fútbol, donde se jugaba hasta el quinto gol y podían pasar varias horas en que no se llegaba al quinto gol y se ponía en juego “el desempate”. Barrios de conocidos, de buena habla y mejor saludo, así era mi barrio decía mi viejo, hasta que nos mudamos a uno donde tuvimos que hacer el parque y siendo todos jóvenes, nunca vimos lo que era normal en el barrio de donde vinimos.
Hoy que el mundo está agitado y sin amor, a los parques ya no van los viejos porque ellos quieren ir, sino porque los llevan en sillas de ruedas o ayudados por alguien a quien le pagan sus hijos para que los saquen a pasear, a la calle, al parque moderno donde nadie les habla, donde los niños ya no pueden correr sobre el césped, donde nadie les conversa y entre ellos, tampoco pueden hablar, porque les llenan el estómago de pastillas y jarabes que los atontan, encorvan y hacen ver cansados. Hoy los parques son como una especie de paradero donde los llevan y dejan en sus sillas de ruedas incómodas bajo el sol o la lluvia, mientras sus cuidadores juegan con el celular y dejan al juego la vida de los que están a su cargo, con el rostro triste, la cara abajo, los labios secos y la mirada en silencio, en una triste escena de tristes viejos que no merecen eso, sino amor y respeto, pero nadie se los da.
Ya no hay viejos en las bancas de cemento de los parques, ahora vienen empujados por personal de enfermería -o que dice serlo y no parece- y muy pocas veces por un familiar. No les hablan, los tienen un rato al aire libre y los devuelven a su enclaustramiento, a la cueva del olvido desde donde un día cercano, llamarán a sus hijos a decirles que ya no lloran, que ya no gimen de noche, que duermen eternamente el alma que les dio la vida y a quienes ellos, se las negaron en su soledad obligada.
Ya no hay viejos en las bancas de los parques, como ya no hay abuelos en la casa de los amores.