En el Perú existe una fauna política inacabable, conformada por personajes que el pueblo conoce como “burro” por sus burradas (tonterías, estupideces), “perro” porque ladra y muerde (responde, ataca, grita), “asno” porque es su rostro la mejor definición o característica, “chivo” que es ampliado a “chivatón”, “cabro” porque es cobarde, ruin, arrastrado que pide rebelarse a otros mientras él se esconde o empuja para huir y además, se conjuga con otras especies de la naturaleza, como “mariposa” de la que deviene también “mariposón”, o “gusano”, “tarántula”, “mosca” y divertidas alusiones entre las que podemos citar: “hierba mala”, “ponzoña y ponzoñosa”, “chito” y decenas de palabras que producen nuevas historias en la carrera de algunos y silencios rotundos en las desgracias de otros (pa-té-ti-co).
Los señalados con adjetivos o alias, con sobrenombres o chapas, son los más temidos o los más odiados (no es sólo rechazo, es odio también). Así, sabemos del “capitán Carlos” y del “capitán Arturo”, ambos procesados por crímenes terribles contra la vida de campesinos y periodistas; también hay deformaciones de los apellidos y aparece “lisuratás” que es la mezcla de lisuras con la parte final del apellido de un político cuya principal expresión es decir malas palabras siempre. Pero el álbum es más extenso y hablamos de “huevoduro”, ”doña Treme”, “Capulina”, “la mujer maravilla” y más, muchos más que no son precisamente parecidos en el rostro (salvo huevoduro), sino en los comportamientos o formas de actuar respectivamente (agresiva, conchudo, experta en desaparecer).
Hoy que estamos en medio de tantos desbarajustes y parecemos espectadores -y actores por momentos- del teatro del absurdo en el Perú, coincidimos masivamente en llamar al excelentísimo señor presidente de la República, con el apelativo cariñoso y divertido de “burro” y en algunas ocasiones, como “asno”. Estas palabras no son un modo de ofender, sino una expresión casi costumbrista, jocosa y cultural, popular e histórica si desean.
También existen extensiones del centro de atención o designación, como por ejemplo modificar el nombre del señor primer ministro y ponerle en vez de Aníbal, un cariñosísimo “asníbal”, en vez de decirle decrépito o viejito loco. “Asníbal” suena mejor, se le identifica más con su rol diario y su voz frecuente. Así es el lenguaje coloquial peruano en la política.
Por eso, a ritmo de tan ilustrada composición de “la fauna y flora” que gobierna –en especial, la fauna, otro día hablamos de la flora-, el país se encuentra bendecido por la magnífica noticia que nos informa que “el burro no viajará de nuevo” y eso, hay que decirlo sin rebuznos ni quejidos.
Recuerden, a modo de reflexión: “el burro siempre rebuzna, aunque le pongan cuernos”… y esté su presa guardada (cada quien sabrá como entenderlo mejor).
Imagen referencial de humor, no alusiva a ninguna persona, de redes sociales.