Meryem y sus tres hijas con un llanto que no acaba, se encuentran en una encrucijada luego de enterarse que Kerem, esposo y padre, desapareció después de ser golpeado por los soldados en una protesta contra el gobierno, frente a las terribles limitaciones que tienen los obreros de las fábricas para organziarse en la lucha por sus derechos laborales.
Kerem –recuerda Meryem con nostalgia y lágrimas que inundan sus manos- era muy amable y no perdía la energía por llevar un mensaje de unidad frente a la adversidad política que los acechaba. Por eso ahora, en este momento, cuando ve que las casas vecinas están siendo intervenidas por las fuerzas represivas, recuerda las palabras de su esposo, toma las pocas cosas que puede juntar y sale por la puerta de atrás con las niñas, una en brazos, hacia su provincia natal en la frontera, muy lejos de casa, tal vez en el camino a la libertad o hacia el destino que tuvo su pareja, que jamás pudo despedirse de ella y las niñas.
La mujer, madre y ahora padre también, llega a su objetivo pero la zona es de guerra y debe tratar de cruzar la frontera. No queda otra opción. Meryem se une a un grupo de paisanos en una vieja embarcación y salen hacia el este, donde el sol amanece en la esperanza, pero quema en la incertidumbre de la ruta, el viento, la marea y las noches largas del silencio.
A pesar del hambre, navegan en mar sin tempestad y llegan a costas donde descansar, pero reciben disparos de advertencia que les dicen: “aquí no son bienvenidos, váyanse a su país”.
Meryem llora sin lágrimas porque ya no las tiene y piensa: ¿Es que mis hijas y yo no podemos recibir ayuda en ningún lugar? ¿Adónde puedo ir para tener un abrazo de paz?
Meryem y sus tres hijas, Meryem y el recuerdo de su padre, el de su esposo, de sus hermanos que ya no pueden escucharla desde el cielo, solo quiere un lugar para vivir con sus hijas, para trabajar sin pedir nada más que tres palabras: Paz, libertad y hogar.
Ilustración alusiva al microrelato: Robert Hilmerssons, Suecia