Me quiero sentar, agachado por momentos, buscando la letra que del pensamiento y el recuerdo de una llamada que no contesté pero estaba programada para responder. Aunque quisiera –y vaya que la quiero-, mi alma se encuentra como en esos momentos que no existen y se hacen eternos para saber de qué se tratan, en mis manos que se juntan para frotar el dolor de mis lágrimas y la sequedad de mi corazón. Hace tiempo fue, entonces, que nos perdimos ella y yo con ella, y ella conmigo, cada uno en su diaria desilusión, sin besos, sin empujar el amor, el cuerpo o el presupuesto. Estábamos estar, queríamos querer, perdimos el perder.
Arena de la flores, de la fábrica y el otoño que no gime, del humo y el oleaje que mi cuerpo excita caminando y se vuelve suave huracán en los besos que perdí por cada mañana entre tus árboles, entre tus manos. Arena aquí, cuan bella y dolorosa tu palabra, cuan palabra dura y dolorosa arena, alma, ojos, cuerpo, incendio. No sé qué nos pasó y más a mí. Callamos, discutimos, discutimos y callamos, cada vez más lejos, cada vez más callados y discutidos. Pero perdimos en la cercanía y compramos la condena de la lejanía.
Ahora, como entonces, y más ahora que entonces, sigo golpeando los teclados para entenderme y traducir la dureza de mi pensamiento, diluyendo mi dolor. Escribo para leerme y leerte en cada golpe de teclado, en el reloj del escritorio, en el sonido de la bulla detrás del vidrio de la ventana que se rompe en lágrimas y no sale a buscarte como cuando quiero cada mañana que me busques al salir, entre lágrimas también. ¿Y qué nos diremos una vez más, otra vez menos?
Miradas, pasa un auto y tu manejas, mirando. Y te veo desde mi auto, mirando sin manejar. Me cuento en el retrovisor los años que han pasado y me cansan los que van a venir, porque no los he leído pero los voy a escribir. Qué imaginación la mía, viniendo de la imaginación más hermosa. Qué dolores los míos, en cada golpe del teclado, en cada silencio de mi pensamiento. Me abrazo cuando no tengo abrazos, me hablo cuando no tengo palabras, me enloquece saber de la locura de los locos que se alocan en las palabras y no saben romper el remolino de ese instante que no es más grande que acercarte, que acercarme, aquí, en ti. Indecisiones tal vez.
Quiero convertirte en la palabra que me falta para terminar de escribir y de leer mis recuerdos, pero no encuentro un golpe de teclado que haga sonidos como tus besos y tu cuerpo. Sigo aquí, voy allá, vuelvo allá, regreso aquí. Es la sintonía de la nostalgia y la música del dolor que amargado, sin azúcar ni mieles que lo hagan más pasable, en la boca de la locura del corazón, se toma a secas y se seca a gotas de instantes. Y cada mañana hago lo mismo, en cada golpe de teclado, en cada papel que inserto en mi máquina de escribir con abrazos y sonrisas, viajes y caminos, viajes y destinos, contigo, o sin ti, pero contigo.
El trabajo comienza cuando termino de pensar en los golpes del teclado, en las miradas de mi lágrima, en las palmas de mi mente. Y hago de miradas las palabras y de la mente mis palmas para que con frases de frases, hagamos este repaso de instantes, este dolor que ya no hiere más que voltear la mirada hacia atrás, para encender otra vez, la imaginación más hermosa, aquí, o desde aquí. ¿Y qué nos diremos una vez más, otra vez menos? Froto mis manos con recuerdos para sentir el calor que emerge de tus labios, tan cerca, con mi cuerpo, tan lejos. Y es así que me voy dando cuenta que ya no te cuento, que ya no me cuentas. Miradas de lejos, aunque tu no estás, las veo de cerca. Besos de recuerdos, aunque ya no lo siento, los vuelvo a besar, en cada golpe de teclado, mirando el aire, oliendo el alma, apretando mi sueño convertido en esperanza, en cada golpe de teclado.
Me falta poco para saber de mí y que sepas de ti, nos sobra mucho para saber del otro por boca de los otros, esos que no besan, ni te saben, ni me duermen conmigo y sin ti, pero hablan hiriendo los golpes del teclado. Y es que el camino ese que te dije, sino lo hice, lo camino, porque es una especie de agua tan cristalina y limpia como el alma que nos espera, a los dos siendo más de dos, cuando desde dos vienen más. ¿Enredos? Repetimos: “Callamos, discutimos, discutimos y callamos, cada vez más lejos, cada vez más callados y discutidos. Pero perdimos en la cercanía y compramos la condena de la lejanía”. Y ahora, y ayer, y antes del antes de ayer y del antes del ahora, estamos aquí otra vez, en combustión que mira, en pólvora que no se distribuye por los cuerpos para que tomen ardiente deseo porque falta el agua cristalina del alma que nos espera, para que de dos volvamos a ser dos en un cuerpo deseando moverse en las palabras, en cada golpe de teclado.
¿Y qué nos diremos una vez más, otra vez menos? Que es el amor, que es tú, que es yo, que es lo que dejamos de ser, pero aun lo somos, en cada golpe de teclado está el amor.
Ilustración, Giselle