Ángel Manuel García Carmona.-Por muy doloroso que resulte reconocerlo, cabe lamentar que, salvo honrosas excepciones muy localizadas, impera, en las sociedades occidentales, el secularismo: dícese de la negación de los valores religiosos cristianos cuya existencia hace realidad la misma idea occidental y sus derivados sociales y económicos.
La presencia de la religión es cada vez menos notoria en la vida pública (tratar de impedirlo viene a ser un acto de plena incorrección política). Determinadas celebraciones y ocasiones como la Navidad o las comuniones se han convertido en actos de consumismo en los que se compite por comer en el mejor restaurante y tener más regalos que el prójimo.
Cada vez se está dejando a Dios más de lado, siendo prueba de ello la notoria caída de la práctica religiosa en nuestros días (la importancia de la misma es algo que incluso un no practicante debe de reconocer sin tapujos) mientras que las autoridades políticas desempeñan un papel clave en ese relativismo relacionado con el nihilismo anticristiano.
No obstante, no ocurre lo mismo con la simbología arcoíris que caracteriza al totalitario lobby o grupo de presión LGTBI, que en este pasado mes de junio ha celebrado el llamado “mes del orgullo” (recuerdan a su vez una serie de disturbios que hace cincuenta años hubo en el pub neoyorquino llamado Stonewall).
La hegemonía “progre” va más allá de la política y los medios
Para comenzar, existe un cuasi omnipotente consenso político de carácter socialista y “progre” (en cierto modo, es un reflejo del avance del artificio iuspositivista del 78″, aparte de esa crisis de valores occidental de la que tampoco se libra España) que, sin excluir a las “falsas derechas”, pone todo su empeño en, al menos, exhibir cierta simbología homosexualista en las instituciones estatales.
Estas tratan de adaptar la identidad corporativa de sus servicios en las redes sociales. Pero, en no pocos casos, promueven actividades como los habituales “desfiles del Orgullo” y diversos talleres adoctrinadores -conocidos como “de educación sexual”-, aparte de mantener regaderas de subvenciones que “insuflan económicamente” a determinadas asociaciones ideológicas.
Ni siquiera debería de ser de extrañar, por tanto, que sigan manteniendo o promoviendo legislaciones de distinto rango territorial con un corte totalitario, comprometidas con la erosión de la igualdad de trato ante la ley y el fin de libertades como las de expresión, conciencia, educación, información, análisis científico…
Pero, aparte de ello, que no es nada que desconozcamos, cabe destacar que muchas grandes empresas (no solo aquellas dedicadas a la pornografía y la venta de productos anticonceptivos) se han implicado (demasiado por cierto) en la “causa” del llamado “orgullo” LGTBI mientras que, ni siquiera en otras de corte pagano como Halloween y el Carnaval lo han hecho.
Bancos, plataformas de economía colaborativa, marcas de ropa (deportiva, casual…), supermercados, redes sociales, empresas tecnológicas…, e incluso entidades (por aplicar una palabra genérica que las englobe) relacionadas con soluciones de minería de datos, frameworks de desarrollo y portales para desarrolladores de software han incorporado el “combinado arcoíris” este mes.
Podríamos haber hecho mención a los medios de comunicación en la relación anterior, pero sabemos que la prensa libre se ve amenazada por la dictadura de la corrección política así como por el poder político en sí (no hemos de olvidar que hay mucha dependencia de subvenciones y licencias administrativas en no pocos casos de radios, periódicos y canales de televisión).
Esta sumisión a la “causa” LGTBI puede que tenga cierta motivación utilitaria en el más estricto sentido financiero, pero no pocas empresas mantienen una sintonía bastante buena con los burócratas de turno (reciben favores de distinto tipo: exenciones fiscales particulares, burocracia adaptada, subvenciones…), aparte de tener una cosmovisión ideológica similar.
Todo en base a las pretensiones espirituales y filosóficas del Nuevo Orden Mundial (NOM)
El Nuevo Orden Mundial (compuesto por entidades supranacionales como la UERSS y la ONU así como inspirado por los ideales de la masonería y la Open Source Foundation de George Soros) es algo más que un practicante de los postulados de Antonio Gramsci sobre el “marxismo cultural” (implementación de un sistema comunista por la vía cultural, erosionando la religión y las instituciones naturales).
Siguiendo lo anterior, se ve la lucha de sexos como un sustitutivo de la clásica “lucha de clases” (burguesía vs. proletariado), extendido en la medida en la que se busca enfrentar al heterosexual con el no heterosexual (en base a un criterio andrófobo, contra el hombre heterosexual, cristiano y blanco).
Eso sí, que sirva como inciso el recordatorio de que no todos los homosexuales pretenden dejarse tratar como rehenes de los ideólogos de género (proyecto colectivista). Entre quienes libramos la necesaria contrarrevolución en defensa de la vida, la tradición, la propiedad y la libertad hay muchos homosexuales que no reniegan de su orientación y cohabitación pero sí de lo “progre”.
Es más, se sabe que una sociedad fuerte y libre necesita de familias sólidas. Pero esa regla de requerimiento es violada en la medida en la que se busca desestabilizar la institución del matrimonio (el Derecho Civil ha servido para agilizar las correspondientes rupturas y reconocer falsos modelos matrimoniales cuyas adopciones de menores han resultado inestables, de acuerdo con varios informes médicos)
Por ello, ven la ideología de género como todo un arma de batalla para alcanzar sus pretensiones. Con la excusa sensacionalista de la “tolerancia” y la “no discriminación” están erosionando libertades y derechos fundamentales (como la propiedad privada), por medio del llamado socialismo de ingeniería social, tal y como lo definió Hans-Hermann Hoppe.
¿Podría tener sentido hablar de religión?
La bandera del arcoíris se está sacralizando, a efectos prácticos. Parece que no lucirla cuando corresponde o rechazarla, incluso si se es homosexual, viene a ser una aberrante y despreciable ofensa contra una serie de mandamientos. Eso sí, de acuerdo con los homosexualistas y demás guardianes de la corrección política progre, no somos libres de hacer el mal.
Pero más preciso sería hablar que el homosexualismo y el feminismo pretenden definir una nueva “religión de Estado”. En base al racionalismo (no a la síntesis entre fe y razón), la intolerancia secular o laicismo y el multiculturalismo se busca erosionar la diversa identidad cristiana (junto a sus criterios antropológicos) de las sociedades occidentales.
Eso sí, no se trataría de una deidad artificial, sino de un ideal de mundo sin Dios, en el que la providencia no se pueda ver como algo de origen y carácter divino, sino estatal. La cuestión deística es un obstáculo a la creencia absoluta en un Estado que cosifique a los individuos, convertidos en súbditos de una élite y obligados a secundar un pensamiento único.