Erasmo de Rotterdam (1466-1536) es uno de los más grandes humanistas europeos que, junto con Tomás Moro –gran canciller de Inglaterra y, ahora, patrono de los políticos-, vivieron y escribieron en la primera mitad del siglo XVI marcado por conflictos políticos, ideológicos, religiosos de enorme significado aún en nuestros días. Justamente, hacia 1516 (cuatrocientos años atrás) aparecen en escena tres famosos libros, “Utopía” de Tomás Moro, “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo y “Educación del príncipe cristiano” de Erasmo. Los dos primeros muy conocidos entre nosotros. Utilizamos con mucha frecuencia el adjetivo “utópico” para referirnos a planteamientos ilusorios fuera de la realidad y de lo factible e; igualmente, nos referimos a los planes “maquiavélicos” cuando vemos en ellos engaño, enredo e hipocresía.
En estos días, con las planchas presidenciales en plena carrera para ganar las elecciones de abril, pienso que a los aspirantes al sillón de Pizarro les vendría muy bien hacerse un espacio en su agitada agenda y leer las instrucciones de Erasmo para ser un buen gobernante. La “Utopía” y “El Príncipe” ya están presentes en las campañas electorales, pero lo están como anomalías. Hay promesas electorales que ni en la Utopía de Moro se podrían cumplir y los juegos sucios, zancadillas, subidas de tonos, tinterilladas parecerían estar diseñadas por oscuros discípulos de Maquiavelo. En cambio, falta más juego limpio, justamente el que Erasmo sabe aconsejar.
Dice Erasmo que a la suma magistratura del poder le corresponde, igualmente, la suma sabiduría y la suma bondad. “Pues el poder sin bondad se convierte en puro despotismo; sin sabiduría, en perjuicio, en vez de gobierno”. Es decir, sin sabiduría, no hay reino, hay ruina. “No ha de desear ser alabado por su belleza física, como se alaba a las mujeres; ni por la elocuencia, como a los oradores y sofistas; ni por sus riquezas como a los negociantes; sino por saber mirar a la vez adelante y atrás, como dice Homero, recordando el pasado y previendo el futuro”. Todas ellas cualidades del estadista, quien ha de recordar nuestro pasado milenario, ordenar el presente y proveer prudentemente el futuro.
El aspirante a gobernante ha de vacunarse contra las adulaciones cortesanas y debe nutrirse de buenas lecturas. Empezará por los Proverbios de Salomón, el libro del Eclesiástico y el libro de la Sabiduría. Luego pasará a los Evangelios. En tercer lugar se ha de familiarizar con los “Apotegmas” y las obras morales de Plutarco. Inmediatamente, después, le será provechoso leer a Séneca, “quien con sus escritos estimula y enciende admirablemente el afán de lo honesto, arrastra el ánimo del lector hacia lo sublime abandonando las sórdidas preocupaciones, condenando especialmente la tiranía en todas sus obras”. A continuación, aconseja Erasmo leer muchos pasajes de la “Política” de Aristóteles y “Los deberes” y “Sobre las leyes” de Cicerón. Si el candidato presidencial se siente desbordado por la cantidad de horas que suponen estas lecturas, tiempo precioso sustraído a su campaña, por lo menos que se los haga leer a sus asesores para que ellos lo instruyan convenientemente.
Finalmente, recuerda Erasmo que hay tres clases de nobleza: la que nace de la virtud y de las buenas acciones, la que proviene del conocimiento de los más honestos saberes y, en tercer lugar, la que otorgan el dinero o el linaje. Esta última sólo da lucimiento, mientras que la primera es la de mayor dignidad. Mal asunto si el gobernante sólo se queda con los privilegios del poder, careciendo de virtud; el resultado no es el buen gobernante, sino el tirano a secas.
Nota de Redacción. El presente artículo se publicó en enero de 2011 en Erasmo instruye a los gobernantes | Tertulia Abierta (wordpress.com)