Me ha resultado gratificante la lectura de Una guía para perplejos (Atalante, 2019) de E. F. Schumacher (1911-1977). Su libro Lo pequeño es hermoso (1973), centrado en la economía, tuvo una gran difusión y acogida. Conocedor de programas de desarrollo e interesado en los problemas macro de la sociedad, planteó una economía con rostro y medida humana. Su último libro fue Una guía para perplejos publicado poco después de su muerte. Lo concibió como un mapa para orientarse en la vida en medio de la fragmentación generalizada en muchos ámbitos del saber y la vida. En este libro convergen sus numerosas lecturas, su experiencia profesional, su biografía personal. El resultado, un texto sugerente en el que se dan cita los clásicos griegos y medievales, el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, Dante, San Juan de la Cruz, las tradiciones orientales. Es decir, llegó a escribir una buena guía para comprender el mundo que habitamos.
Schumacher observa la deriva utilitarista de la cultura contemporánea: qué gano, para qué sirve esto o aquello, cómo se hacen las cosas, cómo puedo maximizar beneficios. “La pérdida de la dimensión vertical significó que ya no era posible responder de forma no utilitaria a la pregunta: “¿Qué debo hacer con mi vida?” La respuesta podía ser más individualístico-egoísta o social-desinteresada, pero sin dejar de ser utilitaria: o bien “vive lo más cómodamente posible”, o bien “trabaja para lograr la felicidad del mayor número posible de personas (p. 39)”. Ante esta pérdida de altura, Schumacher propone una visión que preste más atención a la sabiduría, aquella que centra la felicidad del hombre en dirección a lo superior, “desarrollando sus facultades superiores, para ampliar sus conocimientos de cosas paulatinamente superiores y, si es posible, “ver a Dios”. Si se dirige a lo inferior y desarrolla tan sólo sus facultades inferiores, las que comparte con los animales, será cada vez más infeliz e incluso podría llegar al extremo de la desesperación (p. 40)”.
Un primer paso para ubicarse en la comprensión de la vida consiste en distinguir los cuatro niveles del ser:
- m: nivel mineral (materia)
- M + X: Nivel Vegetal (Vida)
- m + x + y: nivel animal (conciencia)
- m + x + y + z:nivel humano (autoconciencia)
De nivel a nivel hay una discontinuidad ontológica, un salto en el nivel del ser. Los niveles x, y, z son invisibles; tan sólo m es visible; Los tres primeros son terriblemente difíciles de aprender, aunque sus efectos se reflejan de continuo en la experiencia cotidiana (cfr. pp. 43-47). Estos niveles del ser (mineral, vida, conciencia y autoconciencia) son, pues, jerárquicos, de menos a más; en progresión hacia lo superior. Y, asimismo, en progresión hacia la profundidad, de lo exterior a lo interior. Un mundo interior invisible a los ojos, como le diría el Zorro al Principito, pero no por eso deja de ser real.
Schumacher sostiene que la realidad puede ser conocida con sus más y sus menos. “¿Qué es lo que permite al hombre saber algo del mundo que lo rodea? -se pregunta- “El conocimiento exige que el órgano se adapte al objeto”, decía Plotino (m. 270 d. C.). Nada puede conocerse si aquel que lo intenta no posee un “instrumento” apropiado. Esta es la Gran Verdad de la adaequatio (adecuación), que define el conocimiento como una adaequatio rei et intellectus: el entendimiento de quien desea conocer debe adecuarse al objeto que se pretende conocer (p. 77)”. Cada dimensión de la realidad requiere de un acercamiento adecuado a ella, no todo es cantidad. La eliminación progresiva de la “ciencia para comprender” -o “sabiduría”- en la civilización occidental convierte la acumulación cada vez más rápida de “conocimiento para manipular” en una seria amenaza. Como dijimos en otro contexto “somos ya demasiado inteligentes como para sobrevivir sin sabiduría” (…). La creciente concentración del interés científico del hombre en las “ciencias para manipular” tiene, cuanto menos, tres consecuencias graves. La primera es la ausencia de las preguntas últimas, las del sentido: no sólo de pan vive el hombre. La segunda: conocemos procesos, el cómo funcionan las cosas, pero le damos menos peso a los saberes sapienciales. La tercera: se atrofian las facultades superiores del hombre” (cfr. pp. 98-99).
Las ciencias prácticas se manejan bien en el nivel de la cantidad, lo experimentable y lo manipulable. Olvidamos, en cambio, que los diversos niveles del ser requieren un tratamiento adecuado a su propia índole. Así, por ejemplo, “una persona que nunca haya experimentado conscientemente el dolor físico no podrá saber nada sobre el dolor de los demás. Verá los signos exteriores del dolor -expresiones, ademanes, lágrimas- como cualquier otra persona, pero será del todo inadecuada para la tarea de comprenderlas correctamente (…). Para esa persona, las invisibilia del otro ser -en este caso, su dolorosa experiencia interior- seguirán siendo invisibles (p. 135)”. Sin un mundo interior rico en experiencias vitales, difícilmente estamos en condiciones de hacernos cargo del mundo interior de nuestro prójimo. Tener cada vez más mejores instrumentos para medir los signos vitales del ser humano y la sociedad, no necesariamente llevan a un cabal conocimiento del alma humana.
Nuestro tiempo nos reclama ser cada vez más finos en la comprensión de las diversas dimensiones del ser humano, no sólo las cuantificables. Asimismo, salta a la vista la urgencia de crecer en buenas competencias valorativas para dirigir las organizaciones públicas y privadas. “Las crisis globales se multiplican -anota Schumacher- y todo el mundo se lamenta de la escasez -por no decir la ausencia total- de hombres o mujeres “sabios”, de líderes altruistas, de consejeros honrados, etcétera. Pero no es razonable esperar tan elevadas cualidades de gente que nunca ha desarrollado una actividad interior y que ni siquiera comprendería lo que significan estas palabras (p. 137)”. Es necesario el experto, desde luego, y, junto a él, el líder sabio conocedor de que “la felicidad es la expansión del alma. Y si esto es así, es necesario que el hombre político conozca, de alguna manera lo que se refiera al alma (Aristóteles)”.
Problemas no faltarán, bastantes de ellos ya se han resuelto, otros se resolverán a su tiempo. Sin embargo, hay problemas que no pueden resolverse con una “fórmula correcta”, pero sí pueden superarse. Schumacher llama a estos últimos problemas divergentes. “Un par de contrarios -como libertad y orden- lo son en el nivel de la vida ordinaria, pero dejan de serlo en el superior, en el nivel verdaderamente humano en el que la autoconciencia desempeña el papel apropiado. Es entonces cuando fuerzas superiores como el amor y la compasión, la comprensión y la empatía, pasan a estar disponibles (…) como un recurso regular y seguro. Los contrarios dejan de serlo; yacen juntos pacíficamente, como el león y el cordero en el estudio de San Jerónimo (p. 193)”. La vida está llena de estos problemas “refractarios a la mera lógica y a la razón discursiva, y constituyen, digamos, un aparato que tensa y ensancha al hombre en su totalidad (…). Todas las culturas tradicionales han considerado que la vida es una escuela y han reconocido de un modo u otro la esencialidad de esta fuerza didáctica (p. 195)”.
La biografía humana, vida en progresión, en sana tensión hacia lo más elevado; un corazón inquieto capaz de amar a Dios para ser capaz de amar al prójimo como a uno mismo.