Parece lógico decirlo, es muy difícil de explicarlo a los que se cierran en posiciones ideológicas absurdas, anti democráticas, prepotentes, extremistas o de permanente conflicto por negación constante, pero es la única verdad. Estamos, seguimos retrocediendo como país, como sociedad descompuesta y no nos queremos mover del péndulo que marca a un solo lado, sin alternativa: vamos en retroceso.
Y lo vemos a diario, lo comprobamos, es un daño que crece imparable, pero por esas cosas de la peruanidad que nadie logra descifrar (porque estamos buscando en la locura, algo así como el jeroglífico del que se espera un sonido) nuestro país se estanca y gira hacia atrás, con mucha fuerza, con el silencio masivo, con la indiferencia en las venas.
Nos encontramos en el siglo del retroceso, en la centuria de la angustia pegada al corazón de un cuerpo destrozado que ha perdido el alma y la razón, a cambio de ser seres que individualmente deambulan hacia Dios sabe dónde, como resultado de décadas de “sin rumbos”, donde cada quien hace su mini país, su círculo dorado de “vida”, sin que eso sea en realidad, una forma de vivir.
Miren ustedes, amigos y no amigos. El Perú no le importa a nadie -cuesta decirlo- y al Perú, como gentes tan divididas y egoístas, se le ve emocionado algunos de los noventa minutos de un partido de fútbol. A eso nos reducimos. No somos un país que se admira a sí mismo, salvo en las fantasías de unos minutos que casi son la gloria nacional, del gol que nos faltaba para poder abrazarnos. Y teniendo grandezas, siendo como sabemos más allá del silencio o la mirada ajena, nos dejamos en abandono o que nos guíe el abandono.
Nadie tiene derecho o autoridad para engañarnos más o tanto como lo hacen todos los políticos, los dueños de las riendas del fracaso, esos “sanguazos” que pretenden la eternidad del robo del pan del hambriento, para seguir gobernando desde un distrito, hasta palacio, el monumento del deseo angustiante de la máxima corrupción histórica, peleado siempre con un vecino cercano, de igual calibre y maldad, el Congreso de la República.
No es que vivimos en el país que nos tocó sobrevivir, no. Estamos, seguimos permitiendo que todo lo malo suceda, que tengamos que escoger entre sostener la porquería que gobierna y las porquerías que se matan por gobernar. Y así, la sociedad o lo que aún resiste como población desorganizada, prefiere callar, no inmiscuirse, alejarse de esa pelea criminal y desgarradora, para no afectarse, pero ¡Cómo que no nos afecta!
Retrocedemos, somos campeones mundiales de nuestras desgracias, logramos el pedestal del absurdo teniendo absolutamente todo para revertir esta tontísima secuencia de fracasos y fracasados. La respuesta es sencilla y posible: fuera los políticos con su maldita corrupción e impunidad, fuera el odio y el resentimiento de las izquierdas extremistas, unidad ante la diversidad del abanico de partidos que ya están engañando, otra vez, como siempre, pero peor, para seguir esquilmando al Perú.
Necesitamos mirar en casa, en la familia, en el barrio y la chamba, la escuela, la universidad, en cada esquina -hoy sin jóvenes alistándose para una pichanga, en la pista, como antes y siempre fue-, necesitamos darle fuerza al poder de la palabra humilde y al de la voz ilustrada. Estamos obligados a impedir el descalabro final, ese que ya viene, en poco tiempo, animado por los medios de comunicación y sus malhechores, que todavía siguen usando portadas y pantallas para matar esperanzas y anular el sueño de la oportunidad nacional.
No se trata de sostener a una presidencia maquillada y de sometimientos en la inmoralidad. No se trata de elegir lo que está en la misma vereda de ese gobierno, pero de color rojo más intenso, o morado y hasta amarillo. No se trata de entregar un voto al deshonesto que dice que va a combatir el crimen, al humorista que se burla de nuestra ingenuidad patriótica, al académico que enreda la verdad y la hace insostenible con nuevos lenguajes. Hay muchos por fusilar en el olvido electoral, sin darles un voto, pero condenándolos al nuevo patíbulo del encierro permanente, porque hay que procesarlos, hay que sentenciarlos y se tiene que hacerles devolver todo lo que le robaron al país y a cada ciudadano.
Una inmensa tarea nos exige despertar y hacer despertar al Perú, porque no avanzamos ni avanzaremos, si seguimos retrocediendo, y peor aún, cuando somos los que podemos tener el timón en nuestras manos y el acelerador en nuestras vidas.