Agudas referencias ha hecho el Cardenal Gerhard Müller —en artículo publicado en Kath.net y traducido por Infocatólica— al listado de pecados por los cuales los asistentes de la próxima sesión del sínodo de la sinodalidad realizarán una ceremonia penitencial.
Después de declarar que el Sínodo “ya no es solo un sínodo de obispos, sino una asamblea mixta que en absoluto representa a toda la Iglesia católica”, el purpurado alemán dice que el acto penitencial de apertura culmina “con el arrepentimiento por «pecados recién inventados» (¡por seres humanos!)”.
El Cardenal Müller enfoca principalmente su atención en dos de estos nuevos pecados de ese listado, como son “los «supuestos pecados» contra la doctrina de la Iglesia, usada como arma arrojadiza, o contra la sinodalidad, sea lo que sea que eso signifique”, y afirman que ese listado “se lee como una «lista de verificación» de la ideología woke y de género, disfrazada torpemente de cristianismo”.
Afirma el Cardeal que «no existe «pecado contra la doctrina de la Iglesia», que supuestamente se utiliza como arma, porque la doctrina de los apóstoles dice que no hay salvación en otro nombre que no sea el de Cristo (Hch 4, 12). Y por eso, por ejemplo, Lucas (Lc 1, 1-4) escribió su evangelio, para que podamos convencernos de la «fiabilidad de la enseñanza» en la que hemos sido instruidos en la fe salvadora en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. Pablo describe la tarea de los obispos como garantes de la doctrina apostólica transmitida (1 Tim 6). La doctrina de la Iglesia no es, como algunos antiintelectuales en el episcopado creen, que debido a su falta de formación teológica suelen recurrir a sus dones pastorales, una teoría académica sobre la fe, sino la «presentación racional» de la palabra revelada de Dios (1 Pe 3, 15), quien desea que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad a través del único mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, la palabra de Dios hecha carne, de su Padre (1 Tim 2, 4-5)”.
“Tampoco existe —continúa el purpurado— «pecado contra un tipo de sinodalidad» que se utiliza como medio de lavado de cerebro para desacreditar a los llamados conservadores como retrógrados y fariseos disfrazados, y para hacernos creer que las «ideologías progresistas», que en los años 70 llevaron al declive de las iglesias en Occidente, son la culminación de las reformas del Concilio Vaticano II, que supuestamente fueron frenadas por Juan Pablo II y Benedicto XVI. La colaboración de todos los fieles en el servicio para construir el Reino de Dios está en la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Pero no se puede relativizar el oficio episcopal basándose en el sacerdocio común de todos los fieles y un nombramiento papal para participar en el Sínodo de los Obispos, y así implícitamente dejar de lado la sacramentalidad del orden sagrado (del Orden de obispo, sacerdote y diácono) y, en última instancia, relativizar la constitución jerárquico-sacramental de la Iglesia de derecho divino (Lumen gentium 18-29), que Lutero negó en principio”.
El Cardenal Müller concluye su artículo diciendo que los promotores del signo deberían más bien enfocarse en la renovación de la fe en Cristo, en el declive del cristianismo en países que fueron cristianos, y no empeñarse en “la «destrucción de la antropología cristiana»”.
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