Clive Staples Lewis (1898-1963) es uno de los grandes escritores ingleses del siglo XX. Nos es muy familiar, pues muchos han leído o visto en el cine “Las Crónicas de Narnia”, lugar de magia y fantasía habitada por criaturas maravillosas, en donde los hermanos Pevensie (Peter, Edmund, Susan y Lucy) viven mil y un aventuras entre la lucha del bien y del mal al amparo del sabio león Aslam, creador de Narnia.
Han pasado más de cincuenta años desde su muerte, y sus novelas, ensayos, y libros de filología guardan la lozanía de la actualidad, en gran parte porque los temas que abordó fueron aquellos que tocan las fibras más hondamente humanas: la alegría, el dolor, el amor, la intimidad, la fantasía, el talante religioso de los seres humanos.
Mi primer encuentro con Lewis fue su pequeño ensayo “La abolición del hombre”. Un alegato de sentido común y agudeza intelectual en defensa del hombre y la mujer eternos. De otro lado, el rastreo que hace en la tradición occidental y oriental de las constantes de la universalidad de la ética ha sido una las ideas que aún me acompañan en mi propia búsqueda personal.
Mucho antes de llegar a los siete libros de “Las Crónica de Narnia”, descubrí los de ciencia ficción, la afamada trilogía de Ramson. De los tres, me quedo con “Perelandra, un viaje a Venus”. Ramson es un científico que es llevado a Venus para evitar que el demonio tiente a la primera mujer. Su antagonista es otro físico, Weston en cuya figura se presenta el diablo. Los diálogos entre ambos tienen la misma fuerza y, aún mayor fascinación, que su muy afamado “Cartas del diablo a su sobrino”. Es lo más cercano que he vivido respecto a la presencia del mal.
Lewis fue un fino observador de la condición humana. Su ensayo “Los cuatro amores” es una fina aproximación fenomenológica a los diversos rostros del amor: cariño, amistad, eros y ágape (efusión).
En esa misma línea se mueve otra de sus novelas –para mi gusto, de las mejores que he leído- “Mientras no tengamos rostro”. Es una magnífica recreación del mito de Psique y Cupido. Es una novela escrita en primera persona femenina.
La protagonista es Orual, la hermana mayor –se cubría el rostro con un velo para ocultar su fealdad-, quien a lo largo de la narración va descubriendo su propia identidad y el sentido de lo que le va pasando. Ambos escritos, me parece, tienen la frescura de lo vivo, por la presencia de Joy, su esposa. Cuando se casan, ella tenía 40 años y él, 57. Joy muere de cáncer a los huesos en 1960. Gran parte de su dolor lo deja escrito en un breve libro “Una pena en observación”, cuyo contenido está recogido en buena parte en la película “Tierra de sombras” (1993). Anthony Hopkins hace de Lewis y Debra Winger, de Joy. Una buena forma de acercarse al perfil humano del autor.
Lewis se convirtió al cristianismo en 1931. Se hizo anglicano y, desde entonces, su labor como polemista y defensor de las ideas cristianas, ocupó gran parte de sus escritos. Fue proverbial la larga amistad que mantuvo con Tolkien en Oxford, de donde fueron prestigiosos profesores, reconocidos por su labor en filología y literatura inglesas.
«Al leer literatura –dice Lewis- me convierto en mil hombres y sin embargo sigo siendo el mismo. Como el cielo nocturno en el poema griego, veo con miles de ojos, pero sigo siendo yo quien veo. En esto, como en la oración, en el amor, en la acción moral y en el conocimiento. Me trasciendo, y nunca soy más yo que cuando lo hago». Lewis es un autor que esponja las buenas bibliotecas.