Todo lo que pretende magnificar y/o victimizar la izquierda del odio, le sale mal porque con odio no se logran buenos propósitos, sino lo contrario: engrandecer el resentimiento manipulado por envidia enfermiza y buscar lamentaciones provocadas sobre las incapacidades de lograr liderazgo, atención o seguimiento.
Chuchumecas y panfletarios, sobonas regordetas de alma podrida en barrios adinerados o clasemedieros que las rechazan, podredumbre de antros que fueron familias -alguna vez, quizás, no lo creo-, atacan la moral, los valores, principios y virtudes de quienes son sus “enemigos” (de clase, de Fe, de posición, de lo que sea contrario a ellos, ellas y esos que se marcan tatuajes necrosados en sus almas de ácida extinción).
Las izquierdas del odio, las de las tablas apolilladas del teatro del absurdo, las de las negacionistas de la revocatoria de la que fue la primera mujer que siendo la segunda Alcalde de la capital, se corrompió y corrompió por adicción al dinero mal habido, salen de sus letrinas y venusterios para atacar lo que les que queda por fanatismo obsesivo. Por eso, hoy son más apostólicas hipócritas que la Iglesia que insultan y niegan, son más papadas en sus rostros caramelizados que su Santidad pero, dolor de ellas, nadie les toma en cuenta porque todo es ajeno a sus odios, como el olor de sus palabras, el eco nauseabundo de su aliento y el ronquido de sus flatulencias.
Quieren odio y lo viven en cada una de las pocas neuronas que les sobreviven, como cuando se miran en el espejo de su degradante moralidad en la inmoralidad, porque son ateas de costumbre pero se persignan cuando les duele el golpe del marido que al igual, es como ellas, pervertido de la izquierda, feminista de cama ajena, abortero de sus pensamientos.
La sociedad civil no es la insignia de estas pestes académicas y faranduleras que se impulsan en evangelios de la muerte y parábolas de traiciones.
El grito de protesta no les funciona a los de las izquierdas derrotadas del odio, ya no, nunca más.