En su homilía, refiriéndose a la liturgia del domingo, el pontífice mostró los diversos tipos de oración sugeridas por las lecturas.
Está ante todo “la oración del fariseo” que al final, en vez de rezar, se elogia a sí mismo. De hecho, al Señor no le pide nada, porque no se siente en la necesidad o en deuda, sino en crédito. Está en el templo de Dios, pero practica la religión del yo. Y además de Dios se olvida del prójimo, es más, lo desprecia: para él, esto es, no tiene precio, no tiene valor. Se considera mejor que los otros, que llama literalmente, “lo que queda, los restantes”. O sea, son “inventarios”, descartes de los cuales hay que estar bien lejos”.
Estas “presuntas superioridades, que se transmutan en opresiones y explotaciones” están presentes “también hoy” y “las hemos visto en el rostro marcado de la Amazonía”. Con intervenciones libres el Papa subraya a menudo que hay personas que se definen “católicos”, pero que en realidad son secuaces de la “religión del yo”, que se han olvidado de ser “cristianos y humanos”.
Luego presentó “la oración del publicano”: “Él no comienza por sus méritos, sino por sus faltas; no de su riqueza, sino de su pobreza: no una pobreza económica -los publicanos eran ricos y ganaban también inicuamente, a expensas de sus connacionales- sino una pobreza de vida, porque en el pecado no se vive jamás bien. Y se ‘golpea el pecho’, porque en el pecho está el corazón. Su oración nace del corazón, es transparente: pone delante de Dios el corazón, no las apariencias. Rezar es dejarse mirar por dentro por Dios sin funciones, sin excusas, sin justificaciones. Porque del diablo vienen la opacidad y la falsedad, de Dios la luz y la verdad”.
“Si nos miramos para adentro con sinceridad -explicó el papa Francisco- vemos en nosotros a ambos, al publicano y al fariseo. Somos un poco publicanos, porque somos pecadores y un poco fariseos, porque somos presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, ¡campeones en justificarnos deliberadamente! Con los otros a menudo funciona, pero con Dios no. Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, pobres por dentro”
Al final está “la oración del pobre”. “Esta, dice el Eclesiastés, “atraviesa las nubes”. Mientras la oración de quien se presume justo permanece en la tierra, aplastada por la fuerza de gravedad del egoísmo, la del pobre sube derecho a Dios.