En un reciente conversatorio con periodistas independientes de varios países del continente, auspiciada por la Liga por la Libertad de Prensa (LP) y el Centro Latinoamericano de Periodismo (CLP) pudimos comprobar como las nuevas generaciones de periodistas (y quiten esa palabra de “comunicadores”) tienen en claro lo que es el ejercicio de su profesión y lo que significa sobrevivir en un mundo donde las ideologías extremistas quieren imponer agendas de activismo político y militancia “revolucionaria” en ese nuevo marxismo leninismo que incendia las redacciones, envenena las almas y destruye los valores del trabajo.
Es “ese” nuevo concepto y desarrollo de lo que llaman -otra vez, la palabra- “nuevo periodismo”, lo que se les mete en la cabeza, desde las universidades a los estudiantes -como “periodismo”- mediante actividades que no son académicas, sino inyecciones de discursos de subliminal fanatismo para ir poco a poco, en contra de la realidad y la verdad, convirtiendo lo absurdo en tolerable y lo anacrónico en válido. Infectan con el virus del odio y del resentimiento, los cerebros aún débiles de algunos que son los más complacientes (por falta de formación y por falta de educación), hasta lograr que en sus clases y trabajos grupales (imposición de grupo y no revelación de la individualidad hacia éxito), hagan que se vaya incluyendo lenguajes “nuevos”, palabras “nuevas”, y a la vez, un “nuevo periodismo” que sirve y es la antesala y el brazo armado de la estrategia marxista por refundar en el mundo, su búsqueda de la “nueva revolución”.
Por eso, ya no hablan de lucha de clases, ni se mencionan -por asco y vergüenza- como socialistas o comunistas, sino que adoptan “nuevas marcas comerciales para la política” vistiéndose de ambientalistas, progresistas y algo llamado luchadores sociales, quizás ecologistas pero que defienden la ilegal extracción de minerales, “nuevo periodismo” que militante fanatizado y acomplejado es la base de “nuevas organizaciones” y colectivos políticos (de la violencia y de la estafa) y en fin, tantas máscaras como fracasos tienen y han tenido. Y es que, elecciones a la vista, las angustias les producen escaras en sus neuronas y urticaria en la lengua, que les pica para la ofensa y el pensar qué se pueden inventar para hacerle daño a los demás, a los que trabajan, a los que estudian, a los que no roban, ni mienten, ni matan, es decir, a los ciudadanos y a sus familias.
Ni una sola propuesta razonable, ni una sola idea convincente y posible, todo es rechazo, perfidia, perversidad, mala intención y siembra de iras: eso es, eso son las izquierdas y sus rostros del mal. Y para acentuar el camino de la maldad, usan al periodismo, usan las universidades como centros de adoctrinamiento, usan los medios de comunicación como panfletos al aire y veneno de ventilador pero, aquí les viene una gran problema: la gente no se calla más, los ciudadanos no los leen, ni ven, ni escuchan más. Hay sí, grupos dispersos que están frente a las izquierdas, en calles y en redes sociales, levantando voces para acallar el odio del “nuevo marxismo cultural”.
Todos lo saben hoy, todos lo dicen ahora y lo señalan abiertamente: “el odio es el alimento diario de las sucias izquierdas”