Uno de los más difíciles temas de discusión y a la vez de entendimiento social, se refiere a comprender el significativo avance de las personas hacia la vejez y el terrible espacio físico que deben ocupar a diario, en un presente desordenado y en futuro inmediato sin rumbo ni soportes, ya que no se cuenta con habitaciones, casas, albergues, residencias, asilos, hospitales, postas médicas, centros de atención temporal, de uso del tiempo libre o de esparcimiento, que hayan tomado en cuenta las necesidades de caminar, asearse, descansar, sentarse, ponerse de pie, esperar, desplazarse, dormir o descansar, subir y bajar, ir de lado a lado o regresar al punto de partida, sentirse más humano y percibido como persona y no como un despojo con un número, o sellado con un código de barras. ¿Comprenden este cuadro que nadie pinta para exhibirlo?
Los viejos, las viejas, los ancianos, los que acumulan años y cicatrices, arrugas en el rostro y heridas en el alma; los viejos, las viejas, ellos que seremos nosotros luego, pero lo sabemos lejano o improbable, estamos o estaremos a merced de nuestras incapacidades solidarias, a nuestras limitaciones de valentía por cambiar, por ser voces que hablen lo que sienten y hagan lo que deben.
El mundo no está preparándose para tantos viejos, los gobiernos no quieren ni pensar en la multitud de ancianos que poblará cada nación en unos cinco a diez años más. Y del lado de ellos, el de los viejos, no nacen esfuerzos para aguantar mejor, unos minutos más de vida, en un mundo que puede cambiar para bien, aunque le guste a este mundo inmundo solo el mal.
Por eso les hablo de inclusión digital, de alfabetización virtual, de educación en las ciencias de la computación, porque hay tareas que deben nacer y obligarse a ser frecuentes, secuencialmente más interesantes, progresivamente atrayentes para que en base a esa trilogía de “inclusión, alfabetización, educación” se construya una efectiva infraestructura para la longevidad, como por ejemplo, instalando semáforos peatonales que permitan el tranquilo desplazamiento de un lado a otro en una calle de mucho tránsito vehicular (priorizando a la gente y no a los vehículos), colocando bancas en parques y avenidas donde pueda uno sentarse aliviado y protegido para el cansancio y los efectos del clima adverso, preparando profesionales de la salud especialistas en geriatría, odontología y oftalmología geriátrica, permitiendo la ubicación de pabellones geriátricos de fácil acceso, amplios, ventilados y con camas adicionales para el servicio de auxiliares de enfermería y personal de cuidados intermedios, inaugurando espacios de cómputo habilitados para la lectura, interacción virtual, despliegue y adquisición de nuevos conocimientos, ampliando veredas e instalando soportes de apoyo en las esquinas donde uno pueda recuperar el aliento de la marcha y esperar el cambio del semáforo para cruzar, impulsando comedores y servicios de reparto de alimentación nutritiva y no enlatados de negocios para llenar estómagos… y miles de propuestas más. ¿Eso lo hace algún gobierno? No, porque piensan que los viejos se van y ya no son votos hábiles.
Ascensores amplios para varias sillas de ruedas, estaciones de transporte y paraderos que permitan esperar y que cuenten con timbres de auxilio para emergencias de salud (alarma sonora enlazada con servicios de atención y ayuda inmediata), vehículos de transportes donde uno se desplace cómodamente, ingresos a restaurantes que permitan acceder hacia ambientes amigables… ¿Se dan cuenta todo lo que falta? y podemos seguir sugiriendo más espacios y servicios que se convierten en soluciones.
La vejez, la maravillosa ancianidad, no debe ser una condena al aislamiento, una cadena casi perpetua de olvidos y señalamientos como “inutilidades que estorban”. La vejez es una gloria que merece respeto y construcción de respetos.
El primer gran camino para entender el rol de las oportunidades, es la inclusión digital, visibilizar y convocar en base a la educación en ciencias básicas de la computación y contar con una ordenada secuencia y frecuencia en la alfabetización digital, para así poder construir una amplísima infraestructura para la longevidad.
Esa es la tarea, hasta el último abrazo.
Imagen referencial, en redes sociales, Flor Gómez Marín