Resulta siendo cierto que la violencia es la partera de la izquierda del odio y no de la historia, que más bien, la condena a ser identificada -a la izquierda- como una suma de actos ideológicos desesperados que no producen más que estancamiento, retroceso, muerte y fatalidades, sino, veamos lo terribles casos de Nicaragua sometida al clan mafioso del FSLN Frente Sandinista de Liberación Nacional, que ha producido decenas de miles de muertes, pobreza incontrolable, ataques constantes y feroz persecución a la Iglesia Católica, casi un remedo de lo que hacían los estalinistas en Polonia durante las atroces décadas de la cortina de hierro.
Y lo mismo Cuba, la vergonzosa prisión perpetua de un pueblo arrodillado a la miseria y a extender sus manos para un pan de esclavitud. Y lo mismo pasa por temporadas en la historia de Chile, como cuando sucumbió a un antidemócrata de apellido Allende, hasta ser liberado el pueblo gracias a una actitud necesaria de las Fuerzas Armadas que reconvirtieron la extrema pobreza, el desempleo, las estatizaciones abusivas y la represión política, a un Estado libre de comunismo y en camino al progreso y al desarrollo.
Y más casos se conocen y se saben, aunque los hayan querido borrar de la memoria y de la historia, como es Argentina y lo es Venezuela, extraordinarios países que tuvieron la desdicha de ser penetrados por un fanático populista como Perón y Chávez, ambos entregados a la locura de la corrupción y la impunidad.
En nuestro caso, en el Perú, venimos con un lastre ideológico desde la dictadura de Velasco y sus socios de la izquierda materna de los caviares, que destrozaron el agro, aniquilaron industrias, reprimieron y anularon las Libertades de Prensa y expresión, persiguieron a políticos y sindicalistas, condenaron la propiedad privada e hirieron mortalmente al país durante décadas de recomposición y retroceso.
Pero los males, no fueron eternos a pesar del odio y el resentimiento ensalzados como políticas públicas, ya que se levantó la ciudadanía progresivamente para reorganizarse y no dejar de hablar, no dejar de pensar y no dejar de actuar contra las izquierdas del odio que ahora, son solo un bostezo aburrido, de unos cuantos dementes aspirando a renacer el caos y la violencia subversiva.
La incompetencia de las izquierdas del odio es su enfermedad permanente y sobre ese mal interno, de ellos y de ellas, no hay cura sino un estado necrosante que tiende a devolverlos a su cueva, la misma que debemos sellar en democracia y con actitud libertaria.
Las izquierdas quieren renacer con su rostro de odio y violencia, y el gobierno actual de izquierda también, incompetente también, le hace el juego, no la enfrenta, porque es del mismo fruto podrido.