Dolorosa escena de una doña nadie, que siendo fruto de soberbia y vanidad, se adulaba a sí misma y pretendía que la vean y la saluden con pleitesía y sumisión, al entrar a un canal de televisión, a la redacción de algún medio afín a su arrodillada vida o en las estaciones de radio que alguna vez husmeó como pretendiente a entrevistadora, siendo en realidad, más de lo mismo, o casi casi, el peldaño que nadie quiere en su vida.
Báscula del fanatismo “atropellante” y balanza de la frialdad más siniestra, matona de las humildes que estaban en el cruce de su camino, amenaza de trabajadoras y jóvenes en busca de empleo algo seguro, hacía de su mirada de mofa y risa de hepatotoxicidad, la ira de sus complejos, el beso de la víbora, la mordida de truhanes en sus manos.
Pero los tiempos cambian aunque demoran y en estos momentos, languidece como su foto “calabrítica” y su escritura servil de cuchillo de alquiler, lagarta, vizcarrizada, vacunada a escondidas, delatora en silencio si le pagan las podredumbres de sus gritos y excentricidades. Una lástima más, entre todas las que dan lástimas y siguen creyéndose amas y reinas del poder.
Y es que durante años de años, detrás de sus arrugas serpentiles, fueron reinas y engreídas de gobiernos abusivos que con la pandemia en especial, las enriquecieron, empobreciendo al periodismo y al país.
Hoy en la tumba de sus letargos, van buscando páginas por allí y el más allá, tratando de presentarse como la iluminación de la bondad, para destruir la maldad “ajena”, en una odiosa conversión que nadie cree.
Es el fin lento, largo, exigido. Es el fin de las lagartijas del poder.