En las mazmorras de la ciudad, la música estridente que inunda el día del trabajo y la violencia de las calles, es reemplazada cada madrugada por los gritos y lamentos de los detenidos que sufren torturas y vejaciones, y aún así, siguen entonando valientes –los apresados- sus canciones de libertad, democracia, paz y justicia, frente a la terrible orden de la dictadura comunista que los oprime. Es una tragedia moderna donde los carceleros rompen la piel de los perseguidos no sólo a palos y golpes, sino con la amenaza sobre la vida de sus familias.
Un continente violento es su hogar, y un continente con violencia de rechazo es su destino, si es que logran huir de la dictadura y de la injusticia, del extenso desierto que hay que cruzar y de las rompientes olas que deben navegar y sortear.
¿Es la vida una marca de negación para cerrar los brazos a nuestros hermanos y hermanas de tierras lejanas y corazones cercanos? ¿No es mi voz acaso igual a la de ellos y mis ojos acaso no miran igual que ellas?
Huidas, pedidos de asilo, búsqueda de desaparecidos, saltos sobre las torturas y lágrimas ante el dolor, pero el mundo sigue en reuniones, en el zoom o en el chat diciendo “que pena por ellos”, mientras “ellos” piden paz y libertad.
Esa es la vida que no es vida cada 24 horas, en mi patria que ya no es patria y no encuentra solidaridad.
Hemos logrado huir de las balas que nos quieren ver morir y ahora estamos frente a las balas que no nos quieren ver libres, sino de retorno al infierno de donde procedemos.
¿Cómo pedir protección si los fusiles y los cañones de nuestros perseguidores fueron comprados a los asilantes que hoy nos rechazan?