El lenguaje se ha convertido en la nueva arma de estupidización masiva, y los medios en los ejecutores, al estilo más puramente orwelliano, de este nuevo orden en el que los valores están pervertidos.
Primero, se da un sentido nuevo y diferente a un término cualquiera, por ejemplo, el término fascista. Literalmente significa “persona que sigue la ideología del fascismo”. Muy poca gente sabe qué es el fascismo, por descontado. Pero no importa en absoluto: ya le dan un significado nuevo.
Fascista es, más o menos, toda persona supuestamente intolerante, retrógrada, racista, xenófoba, es decir, todo aquel que representa todo lo que el Sistema da por malo. Cuando se llama fascista a alguien no se le dice que está siguiendo la ideología fascista, se le está llamando todo lo demás. Y así con muchos más conceptos. En realidad esto es una “neolengua”, es decir, un lenguaje no oficial, cuya única finalidad es la manipulación de las personas.
Vamos con algunos ejemplos de esta neolengua. Por obra y gracia de los medios, ser solidario es ser solidario con los de fuera, solo y exclusivamente. Si eres solidario con los tuyos, se te llamará fascista, que, como hemos visto, lleva unas connotaciones negativas que muy poca gente está dispuesta a soportar.
La masa, ignorante y acrítica, acaba interpretando que ser solidario con los de fuera es bueno y ser solidario con los de dentro es malo, por “fascista”. A eso hemos llegado. Perversión del lenguaje, inversión de valores total y radical, y aceptada por todos.
Otro ejemplo: por obra y gracia de los medios, el terrorista es una pobre víctima de las circunstancias, de sus creencias, de la manipulación de sus líderes, y hay que tratarlo como tal, es decir, como víctima.
Si alguien plantea que un terrorista es un asesino, y que como tal debe ser tratado, no faltarán medios que lo tachen de intolerante, de insolidario, de fascista… Si se demuestra que una mujer maltrata a un hombre y se cuestiona la ley de violencia de género (por discriminatoria con la mitad del género humano, los hombres), en seguida saltarán a la yugular de quien lo haga, porque no interesa reconocer que hay hombres maltratados también: eso no se traduce en subvenciones.
Si los recién llegados invaden nuestra cultura con costumbres ajenas a nosotros, debemos respetar tanto a los intrusos como aceptar sus modos de vida, aunque ellos manifiestan a cada momento su desprecio a nuestras tradiciones y la superioridad de las suyas, y por tanto, la convicción de que deben imponerlas, como ya está pasando.
El Sistema se defiende a sí mismo de una doble manera del pensamiento crítico, disidente y racional: si alguien acaba ejercitando sus neuronas y ve que nos están engañando, que la realidad no es la que nos cuentan, ya está previsto lo que hay que hacer. Primero, como a los pecadores públicos de antaño, colgarles un sambenito al gusto actual: “fascistas”, “xenófobos”, “racistas”, etc.
Mucha gente ya no se atreve a dar el siguiente paso, por miedo a salir del redil. Pero si a pesar de todo alguien insiste, el Sistema recurre a otro argumento: la sensiblería (que no es sensibilidad) para seguir engañando. Niños y mujeres en pateras, pidiendo ayuda a los europeos, cuando la realidad es que la inmensa mayoría de inmigrantes que vienen son hombres jóvenes, en perfecto estado de salud y capaces de trabajar.
Ninguna ley puede obligarte a dedicar tu tiempo o tu dinero a la lucha por la supervivencia de la foca ártica o la reproducción del cangrejo malabar, por poner dos ejemplos. Elegir una causa u otra es asunto de formación, sensibilidad, valores religiosos o éticos, la personalidad de cada uno o su entorno…, pero el Sistema ha hecho del tema inmigración/refugiados (y de muchos otros) una cuestión social, y no apoyar esa causa convierte automáticamente al transgresor en poco más que un desecho social, un réprobo, un enemigo del género humano.
Ante esta perversión/subversión de valores no hay mucho que hacer. O la gente se da cuenta de que la están manipulando y engañando (no sólo falseando la realidad, sino con el uso del “neolenguaje” que he explicado) o no hay nada que hacer.
Y ya decía aquel sabio que es mucho más fácil engañar a la gente, que convencerla de que están siendo engañadas.